Esteban Ospino, el flautista que espantó al Diablo en Carreto
En Candelaria, Atlántico, se cuenta que un hombre enfrentó al mismísimo Diablo con su flauta. Su nombre era Esteban Ospino y hoy es leyenda viva entre los jóvenes del corregimiento de Carreto.
Hay historias que no necesitan libros para mantenerse vivas. Bastan las voces de los mayores, los atardeceres bajo la sombra de un árbol y las ganas de creer. En el corregimiento de Carreto, en el municipio de Candelaria, Atlántico, una de esas historias aún resuena como el eco de una melodía: la de Esteban Ospino, el hombre que con su flauta ahuyentó al Diablo.
Esteban no era un personaje de cuentos. Era un hombre de carne y hueso, nacido en Campo de la Cruz. Pero como suele pasar en esta región atravesada por los caprichos del río, tuvo que buscar tierras más altas cuando llegaron las inundaciones. Así fue como llegó a Carreto, flauta en mano, familia al hombro.
“Él llevaba su flauta para todos lados”, recuerda Cloris Machacón, habitante del pueblo. “Un día iba camino a su parcela y se le apareció un hombre extraño que le pedía su instrumento. No le decía flauta, le decía ‘dame tu aparato’. Esteban entendió que no era un hombre común, que lo que quería no era su música, sino su alma”.
La escena parece sacada de un relato oral del Caribe profundo. Ospino, firme, tomó su flauta y tocó el Ave María. Apenas sonaron las primeras notas, el hombre desapareció. Se esfumó entre el monte, dejando una estela de silencio. Como si el viento se lo hubiera tragado.
Desde entonces, la historia de Esteban creció. Pasó de fogón en fogón, de abuelo a nieto, hasta convertirse en parte del alma cultural de Carreto. No solo como una anécdota de espanto, sino como ejemplo de resistencia y fe. Como símbolo del poder del arte frente a la oscuridad.
“Los muchachos hoy en día conocen la historia. La usamos como referencia cuando hablamos de nuestras raíces, de la música, de la espiritualidad que tiene este pueblo”, dice Cloris. “Esteban se volvió una figura clave en nuestros procesos culturales”.
No hay placas ni estatuas. Pero hay memoria. Y esa, en lugares como Carreto, vale más que cualquier monumento. La leyenda de Esteban Ospino sigue tocando su Ave María en cada taller de formación, en cada grupo de gaiteros, en cada joven que decide hacer música en vez de rendirse al silencio.
Porque en este rincón del Caribe, donde lo real y lo mágico conviven sin pedir permiso, se sabe una cosa: a veces, todo lo que necesitas para vencer al Diablo es una melodía bien tocada.