La de ayer fue la última bendición que Raúl Molina Gutiérrez le dio a su hijo
Edwin Raúl Molina Martínez
, al despedirlo en la puerta de su casa. Todas las madrugadas el hombre de 68 años acompañaba a su muchacho hasta la terraza de la vivienda, cuando este salía a buscar el bus que lo llevara a su trabajo.
No le quitaba la vista en el trayecto que el joven recorría, y siempre lo encomendaba a Dios. Ayer no fue la excepción. De su memoria será difícil borrar el momento en que vio cuando un sujeto, a las 4:45 de la madrugada, interceptaba a su hijo y le propinaba cuatro balazos en medio de la penumbra y soledad de la carrera 22D con calle 73, en el barrio San Felipe. Edwin cayó al piso mortalmente herido por los cuatro balazos que le dieron en el pecho. Su padre, con la ayuda de otro hijo, lo subió en un taxi y lo llevó a Vidacoop, donde murió a las 4:55 de la madrugada de ayer.
En medio de la tristeza por la irreparable pérdida de su hijo, Raúl Molina recordó que hace un mes lo había atracado.
El hombre que mató a Edwin estaba escondido detrás de un árbol de calabazo. Tenía una chaqueta negra y gorra del mismo color.
El muchacho estudió manipulación de alimentos en el Inca. Lo remitieron a hacer prácticas laborales en la Olímpica de la calle 96 con carrera 58. Allí fue contratado como surtidor de alimentos.