No importaba que la habitación fuera el rincón de un edificio orinado y cayéndose a pedazos. Daba lo mismo que tocara en una pieza de hostal barato, nido de criminales, feudo de prostitutas y guarida de los drogadictos.
Era lo de menos que hubiera que improvisar en un callejón oscuro donde el mero pavimento se convertía en una base de cama y una decena de cucarachas aplastadas con un par de telas viejas se transformaban en colchón.
Las personas que no tienen hogar, aquellos rechazados, olvidados y hundidos en su desgracias, por más hostil, tóxico, agreste y peligroso que fuera todo lo anterior, ya se habían acostumbrado a que jamás –por más que lo intentarán, por más que lo desearan, por más que les hiciera falta– iban a encontrar a Morfeo.
Se habían concientizado que no volverían a tener paz ni descanso. La calle les había ganado y no había marcha atrás.
Sin techo ni hogar, lo que aflora para los habitantes de calle cuando cae la noche son miedos, lágrimas, maldiciones, sustos y tormentos. Se retuercen como pueden para encontrar acomodo. Se apilan sobre sus carretillas. Se encorvan fetalmente en alguna escalera.
Pero al final todo es más lejano de lo que buscan: dormir. No hay sueños con los angelitos. Cierran los ojos, pero abren más que nunca sus sentidos.
Parecen descansar, pero están más despiertos. Porque les toca así. Porque para ellos no hay otra forma de sobrevivir. De lo contrario, se expondrían a una agresión, a un robo o a una violación de alguno de los que está en sus mismas condiciones.
El desolador panorama para aquellos que no tienen nada rara vez cambia, pero de una semana para acá, en el corazón de San Roque, se inauguró una obra que les ha dado ‘luz’ en medio de la noche: un Centro de Acogida donde pueden gozan de una cama acogedora, con ventilación constante y con la seguridad que necesitan para que –¡por fin!– puedan descansar un rato.
Desde las 4 de la tarde, en la carrera 36 con calle 32, una docena de habitantes de calle hace fila para un sueño. Allí arriban con el trajín de todo un día a cuestas, con vejigas de sangre en los pies, con la panza vacía, las manos maltratadas y los sueños rotos. Llegan con los harapos apestosos, con heridas a medio cicatrizar, con lo poquito que tienen en bolsas negras.
Llegan sonrientes, llegan ilusionados, llegan con sus parejas sin soltarlas de la mano. Llegan afanosamente ahí porque están cansados de ver cómo los últimos años de sus vida –para muchos– se extinguen sin siquiera poder tener un minúsculo sueño profundo.
“No me puedo quejar con esta cama que tengo ahora. Ni de ‘pelaíto’ tenía yo algo así. En la calle la pasaba muy mal con los aguaceros que caían, me mojaba y me daba fiebre y enfermedades así. Ahora sé que voy a estar bien y no me va a volver a pasar eso”, expresó
Orlando Rafael Vélez Rodríguez,
una de las 200 personas beneficiadas con este proyecto.
“A mí me dijeron que estaban buscando 200 coletos y yo no soy coleto, coleto, pero no dudé en venir acá para estar mejor, con baño, motilada y todo incluido”, agregó entre risas el hombre.
Dormir alivia los males
José Luis Zúñiga durmió tan cómodo que se levantó asustado en la primera noche en el Centro de Acogida. Había caído profundo. Estaba grogui. ‘Fly’. Apenas se recostó sobre su nuevo colchón, tras haberse bañado y darse cuenta que estaba en un lugar seguro, sucumbió ante los efectos de Morfeo y pasó de largo.
Tanto que sintió que no pudo ni detallar bien su bien su abullonada litera. Tras la pena inicial del soldado caído que ronca en las noches, el hombre consideró que esta oportunidad es muy valiosa en su vida y que le devuelve la dignidad a las personas de calle. Esa dignidad que, según él, no tuvo desde que era un niño.
“Esto ha sido excelentísimo. Tengo todo lo necesario, todo lo que no tuve anteriormente. Esto ha sido un cambio extraordinario. Nunca lo había pensado en la vida y creo que ahora paso soñando todas las noches. Yo creo que desde que nací no había soñado con una cama”, contó el hombre.
“Ahora me siento relajada. Lo más duro es que lo estén rechazando de todos lados, pero ahora el cambio ha sido de la tierra al cielo. Ahora menos pierdo la fe de ser una profesional”, agregó
Denis Gutiérrez.
Una escena es conmovedora
Una pareja de la
tercera edad llega antes de las 4 de la tarde, hora en que abren las puertas del edificio, para quedarse con uno de los cupos del Centro de Acogida y pasar otra noche con la felicidad de dormir bien y con la seguridad de que nada malo les pasará.
Él, de 71 años, asegura que en la calle constantemente le arrojan basura, lo lastiman y lo humillan en todos lados. Ella, que posee una condición cognitiva especial, no se despega de él. Ambos entran a paso lento, pero seguro. Y ya en sus cuartos, se despiden con un beso tierno que dura hasta la mañana siguiente.
Toda una escena de amor que transcurre mientras los otros inquilinos se abrazan, como niños con juguete nuevo, a las almohadas de sus camas. La mayoría se sienten incómodos los primeros minutos, pero no tardan en estirarse con confianza y ‘bajar la estera’.
“Esto es de primera. ¡Sabroso! Yo no me quiero cambiar por nadie. Yo no voy a dejar esto porque es una oportunidad que nos da Dios y la Alcaldía”, dijo Mario Chaves. Este lugar es un complemento del Centro de Acogida Día, el cual recibe todos los días entre 150 y 250 habitantes de calle y les brinda alimentación, atención médica y psicológica.
“Sabemos que muchas veces han tomado la decisión de vivir en la calle, pero no necesariamente eso quiere decir que no merezcan una segunda oportunidad. Este espacio les permite a ellos soñar con eso, sentirse dignos y acogidos por la sociedad. Aquí no solo tendrán un espacio para dormir, también recibirán acompañamiento para que ellos tengan las herramientas para seguir saliendo adelante”, explicó la primera dama, Silvana Puello.