Historias

El man al que Diomedes le dijo: "¡Usted no sea tan sapo, tan lambón, marica..!"

“Aunque soy salsero, fui a ver a Diomedes porque me gusta una que otra canción”.

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En la caseta La Zona hace calor y los ánimos están caldeados. Algunas personas han empezado a irse porque hasta esta hora, dos de la mañana, la superestrella que fueron a ver, el papá de los pollitos del vallenato, el Cacique de la Junta, Diomedes Díaz Maestre, no ha llegado.

Debió haber hecho su arribo hace mucho rato, por eso a Los Betos les ha tocado alargar sus tandas para darle un poco más de tiempo a Diomedes y su conjunto. Los fanáticos del Cacique creen que no llegará, que los dejará con las ganas de deleitarse y empinarse un trago de ron con su música.

Media hora después aún están en la tarima Beto Zabaleta y Beto Villa, interpretando por tercera vez Lluvia de mujeres. Alguien les dice que es la última canción, que por fin Diomedes llegó. Afuera la gente está alborotada, unos tratan de ver de cerca a su ídolo y rodean la lujosa camioneta en la que llegó.

Otros corren hacia el bus del cual descienden los músicos, para conocer al jovencito de la dinastía Zuleta que acompaña con su acordeón al Cacique.

Los torniquetes vuelven a moverse, los que se habían ido han regresado. Los músicos suben al pedestal desde donde la congregación de fanáticos los adorarán. Iván Zuleta se tercia su acordeón; Giovanni Caraballo y Édgar El More Ovalle, los coristas, toman sus lugares; Jaime Pérez Parody, la Biblia del Vallenato y animador del Cacique, ya ha presentado al cantante ante el público. Pero Diomedes no para de caminar sobre el entablado, abraza a sus coristas, saluda al utilero, se empina una botella de aguardiente. Hace de todo, menos cantar.

Desesperado por la larga espera, y ávido del melodioso canto del Cacique, uno de los asistentes que está sentado frente a la tarima se levanta y grita: “¡Hey, Diomedes, déjate de tanta mamadera de gallo y canta, canta, no joda!”. Diomedes se lo queda viendo, toma el micrófono pero no canta, y con rabia dice:

Fue en el municipio de soledad

Muy pocas personas saben que aquella inolvidable parranda, en la que Diomedes lanzó esa famosa retahíla de improperios antes de cantar La Plata, se llevó a cabo un sábado de marzo de 1995 en el barrio Hipódromo de Soledad, municipio del Atlántico, donde hoy queda un supermercado, en toda la carrera 30 con calle 30. Ignoran también que el “sapo lambón” es Eduardo Rodríguez Niebles, un conductor soledeño que actualmente tiene 56 años y sigue viviendo en el Hipódromo.

“Recuerdo muy bien aquella noche, yo fui a ese baile porque lo organizaron unos vecinos muy queridos, los hermanos Martínez. Invitaron a todos los de cuadra y nos regalaron boletas. Fui con unos familiares. Yo soy salsero a morir, pero me gusta una que otra canción de Diomedes, grabada en estudio, porque en vivo a mí siempre me ha parecido malo”, explica Eduardo en la terraza de su casa, varios años después de aquel suceso.

Eduardo cuenta que le exigió a Diomedes que cantara porque la gente había pagado una boleta cara y le parecía una falta de respeto que tras de que llegara tarde, se pusiera a tomar y a caminar en la tarima.

Por un momento se llegó a asustar, porque vio a varios tipos armados en la tarima. Siguió gritando, un amigo lo calmó, escuchó dos tandas y se fue.

Contrario a lo que piensa Eduardo, Iván Zuleta cree que a Diomedes “le luce todo en tarima, es un fenómeno”.

“Lo que pasa es que el hombre ese día se puso guapo porque le echaron tierra, levantaron un polvorín. Diomedes regaña al público y la gente le hace caso, como pasó una vez en Fusa (Cundinamarca), que les dijo de todo y lo aplaudieron”, dice Zuleta.

“Cuando él me dijo sapo, lambón, marica, la gente no lo aplaudió, al contrario, le chiflaron”, aclara Eduardo.

La versión en vivo se pegó

Esa versión en parranda de La Plata, canción de la autoría de Calixto Ochoa, hace unos 6 años se pegó y se escuchó en la Costa y el interior del país más que la que fue grabada por Diomedes y Juancho Rois en el álbum 26 de Mayo, en el año 1994.

Tal éxito se le atribuye, según Marco Sánchez Pinzón –vecino de Eduardo y quien estuvo con él en la caseta esa noche- a las groserías que dijo, porque la “gente le celebra todo a Diomedes”. “Mire que después de que las emisoras pusieron de moda esa parranda de La Plata, intentaron con otras parrandas en las que él (Diomedes) dice groserías, como aquella en la que pide un contrato o si no, no canta; o esa en la que se molesta porque le están alumbrando la cara con un láser”, afirma Sánchez.

Desde aquel episodio Eduardo se ríe cada vez que escucha en la radio o en una fiesta, sus vecinos también se la recuerdan. “‘Oye Eduardo, ahí está Diomedes otra vez diciéndote sapo’, así le digo cuando la escuchamos”, cuenta Duvis Campis Montero, vecina suya y quien estuvo con él en esa parranda.

“Hay gente que no me cree que gracias a mí Diomedes pegó esa canción, así que me debe un poco de plata en regalías”, dice Eduardo, luego ríe a carcajadas. Para Diomedes, quien fue consultado por AL DÍA por intermedio de alguien muy cercano, ese momento no tuvo ninguna importancia.

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