El científico que quería revivir muertos con el columpio del más allá
Robert Cornish, tras cumplir los 30 años de edad, se obsesionó con devolverle la vida a quienes la habían perdido.
En la década de 1930, el mundo era testigo de avances científicos que desafiaban la lógica y la razón. Sin embargo, no todos los experimentos eran dignos de admiración. Entre los laboratorios, un nombre comenzó a resonar con un aire inquietante: se trataba de Robert Cornish. Su obsesión por la muerte lo llevó a explorar los límites de la vida misma.
Creó un espeluznante proyecto que se centró en un columpio que prometía resucitar a los muertos. Robert lo hizo fijándose en el cadáver de un individuo fallecido recientemente y sin lesiones físicas, colocándolo en una especie de plano inclinado en varias posiciones, como si se tratara de un columpio basculante de parque infantil, moviéndolo arriba y abajo. Con esto, era posible hacer que la sangre circulara de nuevo, y por lo tanto se reactivarían las funciones cerebrales y cardíacas.
Muchos fracasos
Los primeros experimentos los realizó con personas ahogadas y aquellas a las que les habían dado infartos, pero estos no tuvieron mucho éxito. Cornish afirmaba que el color volvía a los pálidos rostros y que se había dado cuenta de alguna señal de pulso. Sacrificaba a algunos perros a los cuales les inyectaba coagulantes y estimulantes mucho antes de "columpiarlos", y en estas ocasiones el insistente científico logró obtener el resultado que quería. Varios de estos animales resucitaron y lograron vivir por meses, aunque con graves daños cerebrales. El auge de Cornish fue tan grande que le realizaron una película llamada 'La realidad increíble'.
Lo que siguió con los años
Este, como tantos otros intentos de que los muertos vuelvan a la vida, ha dejado de ser importante para el ser humano desde la época medieval hasta principios del siglo XIX. Las leyendas de los "no muertos" surgieron en la Europa del siglo XI, aunque el mito es mucho anterior. Pese a esto, en el siglo XIX se creó un nuevo miedo causado por la literatura del romanticismo oscuro de la época, relacionado con el ser enterrado vivo. Luego, en 1800, se empezó a vender el primer ataúd de seguridad. Esto permitía activar una campanilla desde la sepultura si el caso se trataba de un falso difunto. Para el siglo XX se conocieron unos 22 casos en Estados Unidos, aunque no hay registro ni testimonio confiable de que esto hubiese sido cien por ciento real.
Aunque en la actualidad ya se cree en los procesos de resucitación, se desconocen las razones por las cuales los mecanismos fisiopatológicos producen fenómenos de Lázaro.