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Catalina Luango, el espíritu que sale de las aguas para despedir a los muertos

El enigma sobre Catalina Luango es la leyenda más grande que existe entre los habitantes de Palenque, que viven a la espera de esta mujer.

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Catalina Luango Salgado, catalo­gada como la mujer más bella de San Basilio de Palenque, tie­ne una historia asombrosa. Segú­n dice la leyenda esta ‘Diosa de Ébano’ se perdió en las profundidades de la Ciénaga de Palotá (Bolívar) hace 100 años, cuando se bañaba en sus tran­quilas aguas. El relato que existe sobre ella afirma que fue llevada al fondo por El Mohán (personaje monstruoso y pe­ludo que habita en el agua).

Sin embargo, son muchos los palen­queros que aseguran haber tenido en­cuentros cercanos con ella, incluso sos­tienen que cada vez que hay un sepelio Catalina aparece llorando en medio de los rituales que se viven durante los ocho días posteriores a la muerte de cualquier habitante de este municipio.

“Cuando murió su padre apareció de repente, melancólica, cantando un lum­balú para despedirlo y desde entonces no ha parado de aparecer, explica Se­bastián Reyes Salgado, profesor de len­gua palenquera.

La voz de Catalina sobrepasó los mur­mullos de la sala de su casa, donde ve­laban a su padre. Parecía poseída. Sus hermanos y familiares le hablaban, le preguntaban dónde había estado los úl­timos años, en qué parte vivía, qué se había hecho, pero seguía cantando.

Dentro de la cultura palenquera se acostumbra a despedir a los muertos con cantos y bailes.

Llegó con un vestido raro, verde oscu­ro, ceñido, su cabello largo hecho tren­zas, con un maquillaje que resaltaba sus ojos oscuros, grandes y bien abiertos. Sabía que la miraban sin recato.

En total silencio saludó con la mano izquierda y caminó hacia el traspatio, se­guida por un tumulto de dolientes. Veían sin creer su cabellera larga, piel rara y mirada perdida. Su risa de otro mundo se remontó desde el fondo del patio paterno mientras ella desaparecía en la noche, dejando un eco burlón.

SUS EXTRAÑAS APARICIONES

Un tiempo después del velorio de su padre, cuando Catalina Luango era un mito palenquero, la her­mosa mujer reapareció cuando armaron el altar para velar a una tía que mu­rió de manera repentina.

Esa noche Catalina saludó cuando entró a la sala para can­tar su adiós con voz lastimera y clara.

Cuando se iba, sus parientes le cerraron el paso y la agarraron por los brazos. En el patio comenza­ron a preguntarle qué le había ocurrido y dónde vivía. No contestaba, solo solta­ba carcajadas largas y sonoras. La me­tieron en un cuarto de la casa y la ama­rraron a una silla con un cáñamo, pero seguía muda. De pronto, murmuró fra­ses raras y lloró. Ocultaba su cara tras su cabellera, y llenaba de miedo a los que estaban a su lado, quienes la dejaron sola. A media noche Ca­talina desapareció sin soltar las ataduras.

Al cabo de seis meses, sin motivo aparente, falleció una prima de Catalina, que había crecido con ella. Co­mo las veces anteriores, el primer día del velorio, Catalina apareció can­tando Lumbalú. Los do­lientes la dejaron entrar, pese a que estaba moja­da y vestida solo por su cabellera, que ya estaba más clara.

Al rato un grupo de 10 hombres la agarró y llevó obligada a la iglesia, donde un cura la exorcizó y ben­dijo. La dejaron amarrada en el atrio mientras este re­zaba. Un charco de agua se formó dónde estaba Catalina Luango. A la media noche se levantó sin soltar las cabuyas y dijo: “Chimbumbe a tra gá a mi a la mitad”, que en español quiere decir, “me perdí entre las aguas de la ciénaga”.

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