Campo de la Cruz afronta por segunda vez los estragos de un vendaval.A las 4:30 de la tarde del miércoles el viento comenzó a arrancar los techos de las casas y los primeros árboles cedían ante fuerza descomunal de la naturaleza.
La brisa fría se paseó con angustia en el municipio durante dos horas, mientras ‘sacudía’ la calma de sus habitantes.“Al principio parecía que hubiesen puesto una sábana blanca en el cielo, los árboles hacían ¡buuu!”, evoca Gladys Pulido, de 74 años, en la terraza de su casa situada en la calle 9 con carrera 12. Un árbol de níspero que llevaba más de 40 años en el patio cayó hacia la vía, y quedó atascado entre la pared de una tienda y los cables de telecomunicaciones de la cuadra.
Las raíces del árbol, más antiguas que las bases de la vivienda, permanecían en el aire ante la mirada atónita de su dueña. De acuerdo con el censo de la Alcaldía, con apoyo de la Defensa Civil y el Cuerpo de Bomberos municipal, 392 casas fueron afectadas, además de la iglesia y los daños en el servicio eléctrico.
El fenómeno no dejó heridos ni víctimas mortales. Los barrios más afectados son Palmitas, 8 de Febrero, Malvinas y Tabardillo.
El daño que urge solución es el de las casas destechadas por las próximas lluvias a caer. Más de mil láminas se desprendieron de las casas.
Eutiquio Güette relata en la vivienda de su hermano William, como el muro de concreto del patio se vino abajo con el aguacero. Dice que los relámpagos resonaban en el cielo, mientras “el viento chillaba, queriendo llevarse todo”.
Su principal temor era que el techo saliera volando, pero el vendaval decidió robarse el de su vecino. “Las mujeres lloraban y rezaban por los estropicios”, apunta el hombre de 64 años con la mirada achinada hacia las resplandecientes nubes y evocando aquel oscuro paisaje.
Caminar las calles de Campo de la Cruz hoy es evidenciar un cementerio de árboles caídos en bulevares y vías, pero también el trabajo conjunto de familiares y vecinos por levantar los escombros. Salir adelante pese a la adversidad.
A Jaime Rodríguez, de 51 años, el fenómeno natural le echó abajo su taller de mecánica. Su hijo y su primo le ayudan a sacar las láminas partidas hacia la calle, mientras responde un par de preguntas. Da un rápido vistazo al portón y comenta que Campo de la Cruz volvió a afrontar“fuerzas mayores, cosas del destino que el hombre debe superar”.
Jaime Rodríguez, junto a familiares, sacan a la calle las láminas del techo que se cayeron en el taller.
Hace un año, el 21 de mayo de 2016, los camperos sufrieron la furia de un primer vendaval. En esa ocasión 224 familias resultaron perjudicadas.Hoy los nuevos damnificados vuelven a requerir desde sus hogares, algunos sin un techo, el apoyo de la Gobernación del Atlántico, que ayer anunció la entrega de los insumos en los próximos días.