El trágico relato de un joven al que balearon tres veces por robarle un celular y vivió para contarlo
Un testimonio de la lucha a muerte que a diario se vive en las calles de Barranquilla.
En una semana, el próximo domingo 18 de junio, se cumplen dos meses del trágico día en que Abel Gómez Gamarra, 26 años, estudiante de licenciatura en Biología y Química de la Universidad del Atlántico, fue baleado por dos delincuentes que trataron de robarle el celular.
Su historia, narrada en primera persona en AL DÍA, es un testimonio de la lucha a muerte que a diario se vive en las calles de Barranquilla entre la gente de bien y los delincuentes. Una pelea injusta porque los ciudadanos sucumben aplastados entre bandidos brutales, autoridades paquidérmicas, corrupción y burocracia.
Pero en medio de las tinieblas brilla la solidaridad y el amor al prójimo, por ejemplo en aquel que recoge a un herido, en el médico que hace su trabajo a conciencia, en el ciudadano anónimo que dona sangre, y en general en todos los que le tiende la mano al caído en desgracia.
‘Pueda ser que no te pase nada’
A las 8:30 p.m. de ese martes 18 de abril salí de clase de física de ondas de la Universidad del Atlántico (en la sede norte, vía Puerto). Tomé el bus de Coolitoral rumbo a la casa de mi hermana en Me Quejo. Me bajé en la Circunvalar con 27.
Eran como las 8:40 de la noche y la vía estaba bastante transitada, sobre todo desde el ARA hacía abajo. No tenía miedo porque siempre camino ese trayecto cuando voy a Me Quejo.
Crucé el puente peatonal y frente a un estadero me salieron dos ‘peladitos’, no tendrían más de 17 años y trataron de cerrarme el paso para cobrarme un peaje. Pensé que estaban ‘mamando gallo’ y lo único que hice fue mirarlos a los ojos y decirles “disculpen me regalan un permiso”.
Entonces me gritaron: “Pueda ser que no te pase nada más adelante”. Hice caso omiso y no sentí temor porque nunca me habían pedido plata para dejarme caminar por el barrio. Estaban vestidos con camisetas del Junior y jeans, el encuentro fue muy cercano, prácticamente se me tiraron encima.
‘Dame el celular care**’
Me olvidé de ellos porque iba ‘craneando’ una exposición que tenía para el día siguiente, era de fisiología animal, sobre las hormonas sexuales femeninas. El profesor es exigente, metódico, y como yo estudio licenciatura tenía que ser buena, amena e innovadora.
En eso iba mientras bajaba la 27. Cuando llegue al ARA sentí temor porque la calle estaba oscura, pero mierda, uno no se imagina lo que va a pasar más adelante. Me persigné y repetí ‘la sangre de Cristo tiene poder para generar protección’.
Cuando llegue al Puesto de Salud sentí la moto detrás y el parrillero comenzó a gritarme una cantidad de vulgaridades, y a pedirme el celular. El tipo se enfrascó fue con el celular, un Motorola de primera generación que tiene cinco años de uso y que no había sacado en ningún momento del recorrido.
Yo estaba súper tranquilo, no sentía miedo, alce la mano y le dije tranquilo relájate. Yo tiendo a colocarme el celular en la pretina y a regar los objetos como forma de prevención, la cartera a un lado, el billete más grande en otro, etc. Yo estaba relajado.
De repente sonó un disparo y sentí un fogonazo en la nalga izquierda y empecé a sentir adrenalina, me volteé y le dije: “Por qué me disparas si te estoy colaborando”.
Creó que me disparó porque metí la mano acá (se señala la cintura), e hice así (hace el movimiento de sacar el teléfono de la pretina) ya el celular estaba afuera. Creo que él bandido no lo alcanzó a ver, o quién sabe qué pensó.
‘Alcancé a apuntarle'
Yo me volví a guardar el celular y entonces se vino a pegarme, y por instinto de supervivencia empezamos un forcejeo. Alcancé a quitarle el revólver, pero no supe qué hacer, porque se me vinieron muchas cosas a la mente.
Yo logré apuntarle, le demostré que le podía disparar, pero mi pensamiento fue de cárcel y muerte. De algo que no eres tú; o sea si le pasaba algo iba a tener ese cargo de conciencia para toda mi vida. Decidí tirar el arma, pero él tomó ventaja y me arrebató el revólver.
Me sentía mareado y me pegó varias veces con la cacha del revólver en la parte de atrás de la cabeza. Intentó jalarme el bolso, pero yo lo tenía cruzado y como vio que no podía me volvió a disparar en la nalga, sentí un calambre y algo caliente me bajó por dentro del jean.
Me volteé para hacerle frente y me disparó el resto de municiones, pero el revólver se le encasquillaba y de los seis tiros apenas le salieron tres. El último me impactó en el abdomen, más los dos primeros que ya me había pegado en la nalga.
Yo me tocaba el rostro, los brazos y me preguntaba ¿dónde me los pegó? Al final el tipo no se pudo llevar nada y se fue en la moto con el otro, y no porque yo me hubiera opuesto, porque hasta la ropa yo se la habría dado, no se pudo llevar nada, pero se iba llevando mi vida que es lo más preciado que el ser humano puede tener.
Corrí hasta la esquina de la cancha para ver cómo podía llegar a un centro de salud. Pasaron dos muchachos en una moto y me montaron, me repetían “estás herido, estás herido”, pero yo no me apropiaba de lo que pasaba, me llevaron al Hospital de La Manga donde me prestaron los primeros auxilios.
‘Erda esto es grave’
Empezó a llegar gente porque se regó la noticia, y como mi papá tenía negocio en La Manga a mí me conocen mucho en Me Quejo. Mi tía asumió la situación mientras llegaba mi papá.
Cuando me quité el pantalón vi las heridas en la pierna y dije, “erda esto es grave”. Después de 40 minutos llegó una ambulancia, pero no me podían trasladar porque no llevaba médico. A los cinco minutos llegó otra con médico, pero no me podían llevar porque la anterior había llegado primero.
En eso se presentó la Policía y la primera pregunta que me hicieron fue si yo estaba atracando, le volteé los ojos al agente pensando: ¿Tengo cara de ladrón? No le respondí nada porque no sentía las piernas, estaba pálido, transparente, tenía miedo de morirme.
La segunda pregunta fue si era un ajuste de cuentas, yo pensé, ¿a este tipo qué le pasa? y no le preste más atención, porque me estaba desangrado, me estaba muriendo y a ellos nunca se les ocurrió que yo era la víctima, no me preguntaron qué había pasado.
Salvación en el hospital Barranquilla
Me pusieron en código azul y el Hospital Barranquilla respondió enseguida. Uno estigmatiza y no quería que me llevaron allá por todo lo que había escuchado, pero la verdad les agradezco mucho y le debó la vida a los médicos de ese hospital.
Antes de que me montaran en la ambulancia hice una oración en la mente y le pedí a Dios que me no me dejara morir.
Entré a quirófano a la medianoche y salí a las 6:00 a.m. del otro día, miércoles. La cirujana les explicó a mis papás que yo estaba crítico, les dijo sobre el daño que causaron las balas y la sangre que había perdido, le dio muy pocas esperanzas y al final les recalcó que todo dependía de Dios y de cómo respondiera mi cuerpo.
Me remitieron a la Clínica La Misericordia y desperté a los tres días, el sábado en la tarde. Estaba en Cuidados Intensivos y la segunda persona que vi fue a mi hermana. Le dije que tenía que exponer mañana porque tenía un parcial, no era consciente del tiempo, ni de mi estado, me sentía bien pero era por los analgésicos y la medicina que me habían puesto.
Luego me empezó una fiebre de casi 40 grados. Me hicieron una ecografía y salió una peritonitis. Ese fue otro momento tétrico, de tensión, porque todos sabíamos que no lo iba a resistir, pero al final no era peritonitis, era un derrame interno por un vaso sanguíneo roto.
Me volvieron a operar, retiraron el líquido y cerraron el vaso. Me empecé a recuperar. Gracias a Dios la gente fue muy solidaria, los medicos, mis amigos, la gente en general me donaron sangre en cantidad. En la clínica me dijeron que con toda la sangre que donó la gente se habría alcanzado a pagar mi operación.
Volviendo a vivir
La tremenda experiencia que vivió Abel Gómez Gamarra ha afectado su vida a todo nivel.
Actualmente el joven se encuentra en espera de que el Consejo Académico de su facultad le apruebe presentar exámenes extemporáneos para aprobar fisiología, la única materia que le falta para culminar académicamente y empezar a elaborar su trabajo de grado.
“Con física no tuve problema, pero con fisiología, que era la exposición que estaba craneando cuando me atracaron, las cosas han sido muy diferentes. Soy buen estudiante y espero que el Consejo me colabore, porque mi meta es graduarme este año”, clamó.
Físicamente Abel sufre dolores, cólicos, nauseas y mareos, perdió flexibilidad y la pierna izquierda se le duerme permanentemente. Cuando lo balearon pesaba 84 kilos y ahora pesa 74. Tiene que usar una faja día y noche durante seis meses para evitar una hernia y una nueva operación.
El joven universitario siente miedo de salir a la calle y ha perdido la confianza en la Policía por la forma en que fue tratado cuando lo balearon, y por la impunidad que cubrió su caso. Cuando escucha noticias se deprime porque los crímenes en los cuales son víctimas personas del común casi nunca se resuelven.
Además, Abel hasta ahora esta asimilando las cicatrices de las operaciones y adaptándose a su nueva imagen. “Yo estudie actuación y siempre he sentido que mi cuerpo es mi arma, mi herramienta, y por eso lo cultivó, soy deportista, voy al gimnasio, tenía buena masa muscular y llevaba una vida muy sana, los médicos me dicen que todo eso influyó para que me salvara porque tengo un sistema inmunológico muy fuerte”, sentenció.