Apenas comenzaba a calentar el sol en una mañana fresca por la brisa que predomina en enero. El llanto de su nieto de 29 días de nacido impulsó a María Martínez Villacob a cargarlo y arrullarlo en su regazo para que siguiera durmiendo.
Por la ventana de la sala de su casa, situada a unos 50 metros de la estación de Policía de San José, esta ama de casa alcanzó a ver a un policía que caminaba presuroso a formar fila. Eran las 6:43 minutos de la mañana del 27 de enero de 2018.
Dos minutos después, justo cuando María se disponía a acostar a su nieto en la cama, un estruendo de grandes proporciones sacudió los cimientos de su casa, rompió los vidrios de las ventanas y a ella la estremeció de pies a cabeza. “¿Dios mío qué fue eso?” Gritó la mujer mientras apretaba al niño contra su pecho. Presa de pánico se dirigió a la sala y observó que la calle estaba invadida de polvo y humo.
Uno de sus hijos, que dormía en un cuarto de la casa, salió también presuroso y juntos corrieron hacia la terraza. “Vimos que nuestros vecinos corrían hacia la estación de Policía. Algunos agentes hablaban por sus celulares pidiendo apoyo, otros gritaban. Mi hijo se acercó al lugar y regresó llorando. Me pidió que no fuera porque era terrible: había cuerpos destrozados y un olor a sangre que inundaba el ambiente”, recuerda María Martínez con un dejo de dolor y tristeza.
Da gracias a Dios que cinco minutos antes de la explosión una sobrina que iba para el trabajo regresó a la casa porque se habían olvidado las llaves. “Eso le salvó la vida”, subraya María.
‘QUEDAMOS TRAUMATIZADOS’
Orlando Navarro Sepúlveda, un santandereano de 66 años que se gana la vida en oficios varios en las casas vecinas de la estación de Policía, asegura que aún no ha podido borrar de su mente las dantescas escenas que dejó el atentado.
“Fui uno de los primeros en llegar. Vi los cuerpos mutilados de algunos policías, creo que todos los vecinos estamos traumatizados por ese bombazo. He quedado con la psicósis de que cuando veo un carro extraño en este sector (calle 39 entre carreras 21 y 21B) me pongo pilas, me ‘escamoseo’ de una. La verdad es que nunca había visto algo tan horroroso”, apuntó.
No duda al decir que el atentado terrorista marcó para siempre su vida y las de sus vecinos.
NERVIOS AFECTADOS
Para Alicia Peñaranda, quien se gana la vida vendiendo agua y refrescos en la cancha de San José, a un costado de la estación de Policía, el atentado perpetrado por el Eln le afectó los nervios al igual que a su marido Marcelo Méndez.
“Ese día estaba barriendo el local donde tenemos las bebidas. De repente la explosión sacudió todo. Casi me caigo del susto. Salí a la puerta y vi a varios policías corriendo desesperados. Mi vida, desde esa vez, cambió mucho. La gente se ha alejado de la cancha quizás por temor. Eso ha disminuido las ventas. Los vecinos vivimos con miedo. Ahora estamos pilas con los extraños”, precisó Alicia.
Su marido, Marcelo Méndez, de 51 años, quien la ayuda en el negocio, recuerda que lo primero que hizo al escuchar la explosión fue subirse en una paredilla para mirar hacia el interior de la estación.
“Me arrepiento de eso porque no me he podido olvidar de esos cuerpos destrozados. Quedé tan traumatizado que tuve que ir al psiquiatra. Cuando escucho una detonación, por muy pequeña que sea, me asusto y me acuerdo de ese bombazo”, explica Méndez.
Su mujer hizo una recomendación a las autoridades policiales para que instruyan a los agentes que ahora vigilan la zona.
“Esos muchachos se descuidan mucho con sus celulares. El país está convulsionado, mire lo que ocurrió en la Escuela de Policía en Bogotá. Tal parece que no agarran escarmiento porque se distraen con los teléfonos”, advirtió.
Lo cierto es que en un zona residencial como en la que está situada la estación de Policía, en donde están 32 inmuebles, entre ellos la Institución Educativa Distrital San José y una cancha de fútbol, la vigilancia debería ser más extrema. En ese criterio coinciden la mayoría de vecinos de ese sector.
Al conmemorarse hoy el primer año de tan terrible hecho, los residentes de la calle 39 entre carreras 21 y 21B, no dudan al manifestar que aún sienten temor y claman a Dios para que jamás vuelva a ocurrir algo semejante.