A raíz de los problemas sociales, políticos y económicos que vienen azotando a Venezuela los últimos años, más de mil familias colombianas asentadas en ese país, han regresado a Manatí en el tiempo reciente.
El fenómeno del retorno en suelo manatiero acarreó inconvenientes que parten de la sobrepoblación, generando consecuencias como falta de empleo en un municipio en el que aún se respiran aires de la nefasta inundación del 2010, cuando se rompió un tramo del Canal del Dique. El trágico 30 de noviembre de hace siete años anuló gran parte de la tierra cultivable de Manatí, así mismo ocurrió con la pesca y la ganadería.
Y es por la escases de trabajo remunerado que se desprenden flagelos como la criminalidad, deserción escolar y en general pobreza extrema dentro de los hogares, este último es el caso de la familia Matute Navarro, a la que incluso dormir se le hace complicado.
DEPORTADOS DE VENEZUELA
Con siete hijos a los que debían mantener, José Asunción Matute Domínguez y Ana Isabel Navarro Lejorde decidieron en el 2004 salir de Manatí y emprender viaje a Venezuela, la tierra que ofrecía mejor calidad de vida en ese momento.
José Asunción y Ana Isabel se radicaron en Petare, al este de Caracas.
El hombre laboró como obrero en construcciones de edificaciones que germinaban en la entonces próspera vecina nación. Ana Isabel ejercía el rol de empleada doméstica, oficio habitual para las colombianas que cruzaban la frontera.
“Todo marchaba bien, mi esposa trabajaba, igual yo, allá nos nació nuestra octava hija (2008). Vivíamos cómodos, teníamos casa propia y comíamos como se debe”, expresó José Asunción.
Pero las cosas empezaron a cambiar, la crisis venezolana complicó la subsistencia para los hijos de ese país y aún más para los foráneos, quienes incluso tuvieron que salir forzosamente de esas tierras.
“A finales de 2015 la Guardia Nacional Bolivariana inició la deportación de colombianos, sin importar que tuvieran o no sus vidas formadas. A nosotros nos destruyeron la casa sin ningún tipo de consideración”, recalcó Ana Isabel.
La familia Matute Navarro fue trasladada a un refugio en Plaza Las Américas, y solo hasta julio de 2016 pudieron ser repatriados.
“Volvimos a Manatí en una camioneta de la Cruz Roja, sin nada, apenas con la ropa que vestíamos”, recordó la mujer mientras bajaba la mirada para ocultar los ojos humedecidos por el llanto.
DE TENER CASA A DORMIR EN EL SUELO
Los Matute Navarro se acogieron a la solidaridad de sus familiares en Manatí, pero solo bastó para que vivieran la casa de un pariente.
La vivienda mide 16 metros cuadrados, sin cocina, baño ni sala, literalmente cuatro paredes en obra gris que a duras penas protegen del frío, la lluvia o el sol.
La crisis humanitaria de este municipio tiene a José Asunción y los suyos durmiendo en el suelo, sobre unas colchonetas de esponjas desgastadas, sin borde, porque el uso comienza a desintegrarlas conforme pasa el tiempo.
Un abanico remendado, sostenido por una silla que solo sirve para eso, y una tierrelita enjaulada entre los canastos de tres ventiladores, son los únicos vestigios de lujo de esta vivienda integrada por gente honrada, que pide a gritos la colaboración de las autoridades.
“Al techo lo sostienen dos vigas verticales y andamos con miedo que algún movimiento imprudente las mueva y se venga abajo”, dijo Ana.
“Estamos viviendo mal, tenemos una cama, pero no dormimos ahí, porque está dañada, la usamos para montar las colchonetas en el día”, añadió la mujer, provocando el llanto de una de sus hijas que en ese instante la escuchaba.
“NOS TOCA COMER ARROZ SOLO”
A pesar de las precarias circunstancias en las que amanecen a diario, José Asunción se levanta cada mañana con el deseo de trabajar y mejorar la condición de su hogar, lastimosamente eso no es suficiente.
“Los primeros seis meses cultivamos una tierrita en la que nos dejaron sembrar maíz, yuca y demás, pero la cosecha terminó y ahora me toca rebuscarme con un carro e’ mula prestado, haciendo trasteos o cargando tierra”, precisó Matute.
Tras una jornada laboral cotidiana, José Asunción llega a su casa, en el barrio Buenos Aires, con 5 mil pesos de producido, los cuales debe transformar en comida para él, su esposa y cinco hijos, pues las tres mayores trabajan como empleadas domésticas en Barranquilla.
“Esta plata ($5.000) se la doy a mi esposa, 3 mil para almuerzo y 2 mil para comida. Al día siguiente amanecemos sin nada, a ver qué comemos”, anotó entre resignación y dolor.
Con 2.2 onzas de arroz blanco cada noche, sin carne, queso o huevo, solo es lo que comen habitualmente estas personas. AL DÍA puso en consideración el caso de los Matute Navarro ante la alcaldesa, Kelly Paternina, pero la mandataria aseguró que no los conoce.
“Vamos a estudiar su condición, porque no sabemos cuál es esta familia. Ayudaremos en lo que más podamos para darles una mejor condición de vida”, afirmó la funcionaria.