Lo único que podría paralizar en Baraya la elaboración de la escoba de varita o escobajo, como se le conoce comercialmente, es un verano intenso que no permita ir al monte a buscar la vara. Y aunque llueva y las personas se tengan que enfrentar a muchos riesgos en busca de la materia prima, parece no haber nada que los detenga, las manos en Baraya están ocupadas en el 90% del día en hacer escobajos.
Las de hombres, mujeres, jóvenes, adultos mayores y hasta niños, viven en función de una tradición que es el sustento en este corregimiento otrora azotado por la violencia de las Farc y que marcó el punto más álgido el 1° de diciembre del 2003 cuando emboscaron una patrulla de uniformados a la que a su paso por el pueblo le hicieron detonar 450 kilos de explosivo.
El resultado no podía ser otro que la muerte de los seis policías: un sargento, un intendente, dos patrulleros y dos agentes, cuyos cuerpos quedaron desintegrados en un área de 300 metros a la redonda. Ese cruento hecho, recordado aún por todos, no ha opacado el nombre de Baraya como el pueblo de Sucre donde se fabrican los escobajos que salen al mercado, en especial al de Cartagena.
Y es que en Baraya el que no sepa hacer escobas es mejor que se vaya, dice en medio de risas un nativo que desde los 10 años empezó a tejer lo que sería su arte, oficio y sustento de vida. El que nace o se cría en Baraya aprende a elaborar escobas, es casi que una obligación porque no hay más nada que hacer.
A pesar del boom de las tecnologías hay niños, niñas y adolescentes que le ponen el alma y el corazón al oficio que realizan sus padres con la intención de incrementar los ingresos en casa y vivir mejor. Celine Miranda Arrieta, quien es la representante de Baraya ante el Ministerio de Cultura y una de las víctimas de la violencia, no nació en este pueblo, pero desde hace 20 años cuando llegó aprendió a elaborar escobas.
Una vecina, ya fallecida, la enseñó porque le vio las ganas de aprender ya que siempre que ella estaba trenzando la vara en las afueras de su casa Celine se le iba por detrás a verla.“Ella me dio unas varitas viejas, de las que ya no iba a utilizar, para que yo aprendiera y cuando vio que lo hice bien me propuso hacer unas docenas que tenía encargadas. Desde entonces no he parado de hacer escobas en mi casa”, anota Celine, que hoy es madre soltera de cuatro hijos y todos se dedican a hacer escobas con ella, pero sin descuidar los estudios.
Su única hija hembra, una niña de 11 años, es la que más amor le pone al oficio que les ha dado de comer. En cada lugar de la casa de Celine se puede elaborar escobajos porque ella ha instalado los ojetes en los que se sostiene la cuerda de caucho sobre la que se elabora la trenza de varitas, en todas partes.
“La vara es caliente, por lo general trenzamos bien temprano antes de que salga el sol, en la madrugada o en la noche. Yo trenzo en la sala, la terraza y en el patio”, anota Celine al tiempo que aclara no ser una experta en el tema y ello no quiere decir que sus escobas no sean buenas, sino que hay vecinas suyas que hacen una docena de escobas en media hora, mientras que ella lo hace en 60 minutos y lo que gana, libres, son $2.400 porque los $4.600 restantes para completar los 7 mil pesos que le pagan por ello, los invierte en materia prima.
La rapidez con la que se elabora la escoba está en la práctica y en los años que se lleve en el oficio anota Regina Iriarte Acosta, quien a sus 64 años aún continúa elaborando escobajos en el patio de su casa. A diario, tenga o no encargos de escoba de varita, ella fabrica dos docenas.
“Qué desde cuándo hago escobas … usooooooooo tenía como unos 15 años y desde entonces no sé cuántas escobas he hecho. Ahora hago diario 24, pero antes hacía tres y cuatro docenas”, dice Regina, quien en su casa conserva una cantidad considerable de varitas, la materia prima, que le es buscada por sus hijos y hasta sus yernos que también juegan un papel importante en este arte-negocio.
La semana anterior Regina terminó 64 docenas de escobajo, es decir, 768 unidades que le fueron encargadas. A ella cada docena se la compran en $8.000 mientras que a Celine en mil pesos menos, lo que indica que no hay unificación en los precios aunque la escoba sea la misma. Pero hay que advertir que el escobajo también tiene sus variedades y esta radica en la cantidad de varitas sucias y limpias que se utilicen en él.
De la calidad y los precios del escobajo sabe Glenis Paso Santana, una de las dos compradoras de escobas que tiene Baraya y que es la que se encarga de abrirle los mercados a este producto.
En la sala de su casa no hay muebles, solo escobajos listos para barrer, y madera cortada para armar el escobajo que ella compra. Ese proceso de armado, es decir, de montar la escoba en el palo lo realiza un hijo y su esposo.
Ella compra la docena de escobas en 7 u 8 mil pesos y las vende listas para barrer en 14 mil pesos y en una tienda cada escoba es vendida hasta por 2 mil pesos. Anota Glenis, y en eso coincide con Celine, en que las ventas de escobajos en estos momentos están bajas, por lo que deben esperar que les hagan un nuevo pedido, pero aun así la producción, que es muy mal remunerada, no se paraliza, pues en Baraya nadie quiere que un gran pedido los sorprenda.
Glenis tiene 200 docenas listas para barrer y Celine tiene 6 docenas esperando comprador. Daniel Ruiz Mejía, presidente de la Asociación Luz de Esperanza que integran 57 personas víctimas y que nació desde el año 2003, reitera que este oficio es muy trabajado y mal remunerado, por lo que le pide a los gobiernos una ayuda que le permita mejorar los ingresos a las 250 familias, de las 300 que tiene Baraya, y que se dedican a elaborar escobajo.
“Aquí hubo una asociación de escobajeros que fue apoyada en ese entonces por el alcalde Fredy Villa, pero no tuvo éxito porque no fue abierto el mercado, por eso pedimos que nos ayuden porque esa es nuestra cultura y la economía de este pueblo”, dijo Daniel Ruiz.