Amalia Vergara Paternina comparte con su familia el amor por el vallenato, el bocachico y la cerveza michelada. Comparte también una colección infinita de recuerdos y un tatuaje que lleva grabado en lo más profundo de su ser: la firma de Eduardo José Mercado, su hijo que falleció por cáncer.
Tiene 79 años. En otras circunstancias, tal vez no se habría expuesto a esa máquina intimidante de ruido ensordecedor, pero esa tinta fina que penetró en su antebrazo le dejó en su piel delgada un sello eterno. Una huella indeleble de dolor y amor que abrasa las entrañas de una madre: perder a un hijo.
Dicen que la muerte cobra importancia en la medida que permite reflexionar sobre el valor de la vida. Maya, como es llamada por sus familiares, no creyó probable despedir a Eduardo José, de 54 años y médico de profesión, por el contrario, a su edad, le era más fácil pensar que algún día cedería en la batalla por la vida con Eduardo tomando su mano. Hoy se cumple un mes de su fallecimiento.
El tatuaje.
A los cuatro días de la muerte de Eduardo por un linfoma, los nietos de Amalia, Jannia, Carlos y Jonathan en compañía de sus hijas Marjorie y Tatiana tuvieron la idea de homenajear la memoria de su familiar con un tatuaje. La sorpresa para todos se dio cuando Maya pidió ser incluida.
Fue así como llegaron juntos a Babylon, una tienda de tatuajes ubicada en el norte de la ciudad para plasmar en sus cuerpos la firma de quien fuera un timonel para la familia. Decidieron ese motivo porque con su firma Eduardo recetó cientos de medicamentos para mejorar la salud de sus pacientes en sus años de carrera.
El tatuaje fue realizado por el propietario del local Alejandro Botero, un profesional del arte y la tinta.
“El contacto lo hicieron los nietos por las redes sociales. No es muy común que se tatúen personas a esa edad, pero fue muy bonito porque lo hicieron en medio del duelo como conmemoración a ese ser querido”, contó Botero.
Para Botero llevar un tatuaje con el nombre, una frase o un dibujo en honor a un familiar fallecido es cada vez más frecuente porque lía el dibujo en la piel con una causa sentimental muy poderosa: “el amor”.
“Perder a un hijo es lo más duro que se puede soportar”, dijo Maya mientras una lágrima silenciosa resbalaba por su mejilla.
“No me acostumbro a estar sin él. Era mi hijo mayor, un hombre honesto, siempre fue luz para mi vida”.
Un ejército de canas pobló hace unos años el cabello de Maya. Dicen sus familiares que camina un poco más lento y se ve más menuda. Los pronunciados surcos que colonizaron su rostro acreditan su experiencia en el arte de vivir. Lo cual es para ella su mayor victoria. Tuvo cuatro hijos con su esposo Eduardo Mercado Molina, que también tiene 79 años y con quien está casada hace 54. Eduardo José, Marjorie y las gemelas Johana y Tatiana.
“Todavía nos amamos”, dijo Eduardo (padre) rodeado de sus nietos e hijas en la sala de su casa ubicada en el barrio Betania.
“Los matrimonios de hoy día son desechables. Ya no hay tolerancia, la gente no crea lazos verdaderos”, reflexionó este veterano que sostuvo en sus manos un carro de juguete, el primero que le compró a su primogénito y que hoy es una reliquia familiar.
La pesadilla del cáncer.
El cáncer tocó la puerta de la familia hace aproximadamente un año. Eduardo empezó a sentir un fuerte dolor en la espalda. Según su sobrina Jannia, médica residente de cirugía, tras unas placas y otros procedimientos médicos determinaron que tenía “una fractura patológica”, es decir, “una lesión que no fue ocasionada por un trauma”.
Tras quimioterapias y tratamientos complejos, la salud de Eduardo comenzó a deteriorarse con rapidez. Su hermana Johana fue su principal soporte, pues al disponer de tiempo libre le acompañaba en la clínica. No obstante, mientras ponía todas sus fuerzas en la recuperación de su hermano le diagnosticaron un tumor maligno. Hace un mes y 13 días tuvo que ser operada por cáncer de mama.
“Fue una pelea doble contra el cáncer. Primero empecé la guerra por mi hermano y después por mí. Él no pudo sobrevivir, pero yo tuve una segunda oportunidad. Siempre me decía que iba a salir bien y aquí estoy, luchando con la fuerza que él me dejó”, manifestó Johana, quien aseguró que en cuanto pasen los tres meses de su cirugía va a tatuarse, como el resto de su familia, la firma de su “gordo bello”, uno de los seres más importantes de su vida.
Unión.
El hogar de los Mercado Vergara cuenta la historia de años felices. Antiguas fotos adornan las paredes de la casa. Niños en triciclo, adolescentes con diplomas y fiestas navideñas son algunos de los recuerdos suspendidos en el tiempo y eternizados en la memoria de esta familia.
La habitación de Eduardo José continúa intacta. Sus libros, su ropa, sus perfumes y sus demás pertenencias siguen en su lugar a pesar de su ausencia.
“El cuarto todavía huele a él”, dijo Maya tras enseñar algunas de las creaciones a las que le dedicaba su tiempo libre como una chimenea navideña que se tardó dos semanas construyendo cuando apenas empezaba su convalecencia.
“Era muy creativo, le encantaba construir cosas, pintar y además era un gran cocinero”, expresó Marjorie, la segunda hija de Maya.
El mes del fallecimiento de Eduardo José coincide con el cumpleaños de Maya. Su vuelta al sol número 79.
Tal vez la mayor añoranza de esta madre de cabello encanecido y paso cansino sea volver a despertar con los desayunos que su hijo solía prepararle en las fechas especiales.
Hoy, la celebración familiar que en años anteriores era alegre será agridulce, al igual que las navidades, carnavales e incluso los partidos del Junior, equipo del que era hincha furibundo.
Ese tatuaje, sin embargo, es una forma de estar junto a él toda la vida, porque como reza una frase de autor desconocido, “los grandes amores se viven en silencio, se expresan en letras y se llevan tatuados en el alma”.