'El rock de mi pueblo' y la estela de sangre de las AUC
El colectivo Casa Tachuela, junto al Centro Nacional de Memoria Histórica, documentó la ola de hostigamientos, amenazas y asesinatos que cometió el Bloque de las AUC en la capital del Magdalena.
Entre los años 90 y 2000 el ‘diablo’ y su secta de ‘demonios’, con armas de largo alcance en vez de trinche, se paseaban a sus anchas por Mamatoco, Galicia y Pescaíto, tres populares barrios de Santa Marta, la ciudad que de dos veces santa, como es conocida, no tenía nada en ese entonces.
Todos pensaban que aquel mal andante, reinante y ‘plomeante’ era un grupo de muchachos escuálidos, greñudos, con aretes por doquier y que vestían, en su mayoría, prendas grandes y de color negro. Eran alternativos. Distintos. Raros. Pero también marihuaneros y satánicos, como los tildaban ignorantemente muchos ciudadanos del común y, además, para colmo de males, ‘el Señor de la Sierra’, Hernán Giraldo, el líder del Bloque Norte de las Autodefensas de Colombia (AUC) en el Magdalena. Ese arcaico concepto se convirtió en una sentencia de muerte.
El plomo no demoró en sonar. Los ‘paramilitares’, defendidos por muchos en el Magdalena pese a su sangriento trasegar por la Sierra, amenazaron a todos lo que veían diferentes y, entonces, en esa ley del miedo, cayeron los grupitos de ‘pelaos’ que simplemente parchaban, bailaban, y prendían (algunos) ‘blunts’ con rock de fondo, un estruendoso género musical que –en ese momento– no caía bien en la vallenatera y salsera Perla de América. Los muchachos fueron hasta tildados de hacer sacrificios nocturnos cuando se les veía caminar en fila india.
José Alejandro Avendaño Cantillo, de 18 años, fue una de las víctimas de ese proceso de estigmatización. El joven, que en varias ocasiones tuvo que ser escoltado por miembros de la Policía desde su colegio hasta su casa porque afuera lo estaban esperando hombres armados para matarlo, fue asesinado de tres balazos al mediodía del 10 de enero de 2002 en Mamatoco. Los pistoleros, que se movilizaban en una motocicleta, lo persiguieron cuando iba a una peluquería.
Agonizando tras ser perforado en el brazo por uno de los disparos, en el tránsito de la vida a la muerte, Avendaño clamó ayuda a su madre. “Mamá, me van a matar, me van a matar. Mamá, no me deje morir”, gritó desesperado. Uno de los pistoleros lo alcanzó, le asestó otro tiro y lo remató con un disparo en la costilla. “Cállate, hijueput*”, escupió el sicario.
El artista, conocido como ‘el Muerto’ por su fascinación para hablar del más allá, balbuceaba piedad, pero no hubo mucho por hacer. No hubo milagro. El músico y amante del rock y el metal murió minutos después. Eso partió en dos la historia en la samaria. Tras el hecho, decenas de amigos y colegas huyeron de Santa Marta.
Otros se cortaron el cabello y cambiaron sus prendas de vestir. El negro se convirtió en blanco. Pero en vez de paz hubo muerte. El desplazamiento y el miedo se apoderaron de los fanáticos de este género musical.
“Es difícil realmente tratar de encontrar otra vez una rutina porque ya te desbarataron una. Es difícil acostumbrarte a no verlo. El hecho de aceptar las ausencias de las demás personas o que sus amistades hayan cambiado (…). Se aceptó que la gente se alejara sin discutirlo, sin pelearlo”, contó una de sus familiares.
Esta es la última muerte reconocida por justicia y paz. Sin embargo, años anteriores, la tragedia ya había tocado el seno de los amantes de los géneros alternativos. Los estudiantes universitarios de sistemas y computación Alberto Escárraga Soto, de 22 años y quien tenía una discapacidad por polio, y Leonardo de Jesús Torres Fontalvo, de 18 años, murieron en medio de un atentado criminal perpetrado el sábado 4 de diciembre de 1999, en el barrio Altos Delicias. Alfonso Hernández, compañero de los fallecidos, sobrevivió de milagro.
13 días después (de la muerte de José Avendaño) se llevó a cabo el gran concierto de rock ‘Todo por la vida’, evento que nació como una “acción de memoria alrededor del rock, exaltando la vida”. Todos los datos de este proceso de victimización han sido recolectados por el colectivo Casa Tachuelas, que desde 2014 ha revelado este cruel pasado samario a través de la iniciativa “Sonidos de memoria”.
Según el grupo, oficialmente las AUC mataron a tres jóvenes rockeros; sin embargo, la cifra puede ascender a más de 25. Eso sin contar los casos de acoso, amenazas y hostigamiento que brotaban por sus ‘pintas’. El trabajo es apoyado por el Centro Nacional de Memoria Histórica.
“Uno se asustó mucho cuando mataron a estos muchachos. Pasó algo feo y buscaban algo donde no era porque no andábamos en nada malo. Nos reunimos simplemente a escuchar música como cualquier otra persona”, contó Fabio.
Ambiente controlado
Entrados los años noventa, en Santa Marta no había mercado rockero. Todo era escondido y rechazado. Sin embargo, pronto empezaron a surgir las primeras bandas y los primeros fanáticos, que intercambiaban casetes con las canciones más reconocidas. Y con esta génesis de apasionamiento musical, empezaron las apariciones (1996) de panfletos amenazantes en los barrios y parques de la ciudad (Pando, Mamatoco, Pescaíto, Bastidas, San Miguel).
Los rockeros sentían un “ambiente controlado” por los ‘paras’, quienes instauraron un orden en relación con sus principios y, obviamente, que estaba en contra de lo que para ellos era diferente. La comunidad también rechazaba a los rockeros y metaleros de la capital, a quienes constantemente los insultaban por su corte de cabello o su ropa. Eran o satánicos o degenerados.
“Los tenemos identificados y pueden ser los próximos eliminados”, se lee en uno de los panfletos de la época.
Con el pasar de los años, todo el sufrimiento en mención se convirtió en motivación para que un puñado de samarios le hicieran frente al sangriento pasado y documentaran todo lo vivido para que el país nunca olvide lo que tuvie
“Las historias están hechas para contarse y por eso estas cosas se cuentan para que no se repitan. La idea es que esto no se vuelva a repetir. Mi experiencia fue algo muy traumática. El hecho de irme de la ciudad, tener que recibir amenazas y dejar mi parche a un lado fue difícil. Sin embargo, otros no contaron con tanta suerte”, contó William Pabón, vocero de Casa Tachuela y sobreviviente de los hostigamientos del grupo armado.
Los casos en mención fueron plasmados en un micrositio del Centro de Memoria Histórica. Allí se recopilan diferentes testimonios del horror de aquellos años por parte de Hernán Giraldo y Edgar Ochoa Ballesteros, alias Morrocoyo, quien fue un sicario del Bloque Norte que estaría a cargo de infundir miedo en la zona urbana de Santa Marta.
Asimismo, los documentos ponen en evidencia la estigmatización que había contra los grupos alternativos tanto por medios de comunicación como por padres de familia, quienes aseguraban que en los Cerros de Bastidas se llevaban a cabo rituales satánicos.
De acuerdo con informes de la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía General de la Nación, el Bloque Norte asesinó a 609 personas en el Magdalena entre los años 1996 y 2005.Algunos de esos muertos fueron simplemente muchachos que escuchaban rock.