Estamos en la era de la indignacionitis, y ese parece ser un mal que, sobre todo en este agonizante 2016, se contagió con gran rapidez.
Casi que cualquier cosa que no nos parezca puede llevarse al plano de la indignación y la denuncia pública en redes sociales. El siguiente es uno de esos casos para reflexionar sobre si estamos siendo un poco exagerados o tal vez todo vale a la hora de indiganrse. Veamos.
Alejandro Reyes, un “ciudadano enamorado de la ciudadanía”, como se describe en Twitter, se preguntó este martes en la red social, con evidente indignación.
Rappi, como muchos saben, es un servicio de domicilios muy popular que ubica a cientos de “rappitenderos” en las calles de las ciudades principales de Colombia.
Los domiciliarios que trabajan para empresa se encargan, mediante una aplicación móvil, de concretar compras en supermercados, favores, trámites o pagos y reciben una comisión por ello. Los reconocen porque llevan unas llamativas chaquetas fluorescentes. Al usar el servicio se puede identificar a quien se encarga de los pedidos.
Bueno, luego de un rato, así respondió una de las agentes de Rappi a la pregunta del cliente. Y luego el cruce de mensajes...
Esta discusión terminó ahí con Rappi pero siguió con otros tuiteros. La verdad es que la va perdiendo Alejandro, el cliente, pues para la mayoría, si nos fijamos en las interacciones que tiene el tuit, su reclamo no tiene fundamento por tres razones: no hay indicios de que el entusiasta de la esvástica lo haya atendido mal; no hay razón para calificar el servicio basándose en la apariencia física del domiciliario; y la esvástica no es necesariamente un símbolo nazi, es una insignia milenaria que hace parte de otras culturas como la budista, por ejemplo.
Por otro lado, la pregunta de Alejandro es válida para algunos. Tal vez tiene que ver con el hecho de que se sabe poco sobre la selección de personal de Rappi o de quienes se dan de alta como “rappitenderos”. A los clientes les preocupa qué tipo de personas tienen acceso a sus hogares y puede ser natural. La cuestión que queda en el aire, después de la queja, es...
¿A dónde iba dirigida la indignación? ¿Cómo quedaría contento el denunciante? ¿Que despidan al tendero? ¿Que lo obliguen a vestirse sin mostrar sus tatuajes? Y si lo consigue, ¿es eso justo?