Bajo la sombra de los árboles, en los parques y a orillas de las avenidas, crece en Valledupar una nueva modalidad de negocios informales. Se trata de las llamadas ‘peluquerías callejeras’, de las que se calculan existen más de 250 en la ciudad.
Basta con instalar dos espejos, algunos con soportes metálicos, y otros sujetos a los troncos de los árboles, cuyas ramas sirven de techo y hasta de ‘paredes’ para instalaciones eléctricas, donde se conectan las máquinas para cortes de cabello, secadores, abanicos y equipos de sonido, para ofrecer una música de fondo, mientras uno o dos peluqueros realizan su oficio en la cada vez más creciente clientela.
Estos ‘establecimientos’ al aire libre ya venían de manera incipiente hace algún tiempo en esta capital, pero con la llegada de venezolanos se han disparado, y ahora prácticamente se encuentran en cada esquina de los sectores más populares.
Una peluqueada de hombre cuesta $5.000, mientras que en un salón de belleza ‘cotizado’ se cobra hasta $18.000, y en otros medios $10.000. Aquí la diferencia de precios le hace ganar ‘terreno’ a los informales, al punto que han tenido que ir expandiéndose en el espacio público, colocando sillas plásticas para que los clientes esperen, mientras trabajan un turno.
Es así como en la avenida Los Militares, cerca de la cancha del barrio Doce de Octubre, en La Nevada, La Ceiba, Los Fundadores, la avenida La Popa, Mareigua y otros sectores de alta popularidad, los lugareños ya no tienen que llegar hasta la zona céntrica y centros comerciales para hacerse a un corte de cabello.
“En la actualidad la Secretaría de Gobierno Municipal adelanta un arduo trabajo levantando la información pertinente para poder cuantificar un porcentaje aproximado de las personas que se encuentran en esta actividad, donde hemos encontrado más de 250 peluquerías en estado ambulante e ilegal”, señala un funcionario de esta dependencia, mientras se buscan acciones para controlar la actividad.
‘NO HAY FUENTE DEEMPLEO’
Quienes se dedican a este negocio, justifican su labor con la falta de oportunidades para un trabajo formal.
Rangel Salazar es uno de los peluqueros ‘callejeros’, quien bajo un frondoso árbol de mango, a un costado de la cancha de fútbol del barrio Doce de Octubre, cada día espera su clientela.
Dice que hace un mes se instaló en el lugar. “Llegué de Venezuela con esto, allá yo lo hacía como un hobby; pero al encontrarme aquí sin trabajo puse la peluquería. Un corte de caballero cuesta $5.000 y la sacada de cejas para damas $2.000”, precisa, mientras con tijera en manos motila a uno de sus clientes.
Señala que en promedio diario atiende a 10 personas; aunque indica que los sábados y domingos, la demanda aumenta. Considera que no es una competencia ‘desleal’ para los salones de belleza, “ellos tienen sus clientes y nosotros también”.
“A la gente le agrada el trato amable y también el servicio”, sostiene al precisar que de pronto la incomodidad de estar al aire libre, pasa a un segundo plano. Otros como Paulino Polo, un peluquero vallenato, quien tiene su negocio debajo de un árbol cerca al parque de la urbanización La Ceiba, al noroccidente de la ciudad, cree al contrario y señala que la gente se siente a gusto cortándose el cabello a cielo abierto.
“Yo comencé trabajando solo, pero cada día iban aumentando los clientes y entonces busqué un compañero, ahora somos dos los que motilamos en el sector”, precisa. Y a menos de 200 metros del negocio de Polo, funciona otra de estas peluquerías, esta con un imponente aviso de ‘barbería’.
‘ESA COMPETENCIA NOS AFECTA’
Pero a diferencia de lo que piensan los peluqueros ‘callejeros’, quienes se dedican formalmente a la actividad, afirman que no solo es una competencia que los afecta; sino que se trata de sitios donde no se cumple con las normas de higiene, ni la esterilización de los elementos que ellos utilizan.
Una de las estilistas con un reconocido negocio de la ciudad, que solo quiso identificase como Graciela, indica que “muchos de los que están en las calles son empíricos, y además de no cumplir con las condiciones para ejercer el oficio, no pagan arriendos, ni servicios públicos, tampoco impuestos; esto les facilita que cobren más barato y que empiecen a ‘captar’ más clientela”.
José Padilla, quien tiene una barbería formal, precisa que “las peluquerías callejeras nos están acabando; la clientela nuestra se ha reducido en 60%, cobran hasta cuatro mil pesos en las calles, y eso nos está retirando a los clientes. Le pedimos a las entidades competentes que se pongan al frente de esta situación”.
Las autoridades han empezado a hacer intervenciones en estos lugares, pero con campañas de sensibilización. “Al personal que trabaja en las peluquerías callejeras, le socializamos la importancia de utilizar los elementos de protección personal y de bioseguridad para evitar enfermedades”, informó la secretaría de Salud.
Trascendió que las intervenciones a estos negocios continuarán con el apoyo de las secretarías de Gobierno, Salud y la Policía Nacional.