Anna Bachmeier tenía siete años cuando fue abusada sexualmente y posteriormente asesinada por Klaus Grabowski, el hombre que secuestró a la menor para cometer los atroces crímenes por los cuales fue conducido al estrado judicial en el que se produjo su trágico deceso.
Era el tercer día del juicio en contra del acusado. La madre de la menor asesinada, Marianne Bachmeier, llegó como en las anteriores dos ocasiones. Atravesó los controles de seguridad, entró en la sala y se quedó de pie, rígida e impenetrable, con una mano en su bolsillo.
Ese espacio en sus pantalones estaba relleno no solo por sus manos, sino también por una Beretta M1934, pistola semiautomática diseñada para las Fuerzas Armadas italianas durante la Segunda Guerra Mundial.
Transgredida para siempre por el dolor de la muerte de su menor, la niña de sus ojos, la bebé a la que llevó por nueve meses en el vientre y que sufrió del pánico de un secuestro y mucho más hasta los instantes que la llevaron a una atroz muerte, la madre sacó el arma, la accionó de inmediato y la estancia silenciosa se pobló del asombro que procede tras el escándalo que provocan siete estruendosas detonaciones.
Nunca cambió la expresión de su rostro. Con la misma mirada fría que convivió desde que se enteró de la muerte de su hija, Marianne le disparó el mismo número de años de vida que tenía la menor. El agresor recibió los impactos en su espalda. El abusador cayó agonizante.
La acción fue rápida, pero el sonido de las balas hipnotizó a los presentes. Cuando dos policías salieron de la confusión provocada por el paso de la muerte, procedieron a tomar a Marianne de los brazos. No se resistió, pero su rostro tampoco cambió.
Mientras tanto, Grabowski, carnicero de profesión y con 35 años de vida, agonizaba en el suelo, retorciéndose en el suelo bajo el control desafiante del dolor que paulatinamente le arrancaba la vida mientras, gota a gota, su sangre se esparcía en el suelo de madera.
Anna
Gota a gota, como las lágrimas que brotaron del rostro de Anna Bachmeier cuando el 5 de mayo de 1980 le suplicó a su madre que no la enviara al colegio porque no tenía ganas de ir. Malgeniada, pero dominada por un amor hacia su hija que la desbordaba, la madre accedió a no enviarla y dejarla salir a jugar a la calle.
La madre no sabía que su hija quería faltar a clases para ir a la casa de Klaus Grabowski, un carnicero de apariencia amable, que resguardaba sus intenciones bajo sus gatos, una tentación para la pequeña que no podía tener mascotas.
Detrás de la fachada enternecida por la presencia de los animales, el hombre ocultaba su plan: secuestrarla, abusar de ella y luego asesinarla.
Nadie dudaba de que Grabowski era bueno. Pero nadie sabía que el carnicero ra un delincuente sexual convicto y había sido condenado anteriormente por el abuso sexual de dos niñas. Tanto así que cuatro años antes se había sometido a una castración química por sus crímenes.
Pero Grabowski era ágil: pagó con su carne, pero luego se sometió a un tratamiento hormonal para intentar revertir la castración.
Con un deseo ferviente, que según su versión fue alimentado por un intento de seducción de la niña, el hombre abusó sexualmente de ella tras el secuestro premeditado. Sin embargo, el pasado deja huellas.
Según Grabowski en sus primeras declaraciones, la niña amenazó con decirle a su madre que él le había realizado tocamientos inapropiados y el hombre procedió a tomar acciones drásticas porque no quería volver a la cárcel. Entonces la estranguló, pero las pesquisas indicaron que antes de eso, abusó de ella en múltiples oportunidades.
Sin saber qué hacer con el cuerpo sin vida, el abusador y asesino guardó los restos mortales en una caja. Luego la llevó hasta la orilla de un río y la enterró cuando se hacía de noche.
Sin embargo, la culpa pesaba en su interior. Decidió desahogarse con su pareja sentimental y posteriormente salir a un bar, pero la mujer, enardecida y asustada por los extremos alcances del hombre, decidió denunciar el caso ante una policía que ya había sido alertada por la madre de la menor.
En la comisaría, el carnicero confesó su crimen casi sin que le hicieran preguntas.
La madre desolada
Luego de dejarla salir a jugar, Marianne interiorizó sobre su pasado. Anna era la luz de sus ojos, luego de que en dos ocasiones su familia le arrebatara a dos bebés que debió entregar en adopción, pues quedó embarazada a los 16 y 18 años.
Anna nació cuando su madre tenía 23. Era su tercer embarazo. Su familia también la obligó a darla en adopción, pero con su bebé también nació un aliento de esperanza que la mantuvo firme en su convicción de mantenerla y así consagró su vida en la vida de su hija.
Cuando se le notificó del hallazgo de su hija, algo también murió dentro de ella. Su semblante cambió y en la oscuridad de la noche juró venganza, un plato que fue preparando lentamente.
Hija de un Nazi que integró las peligrosas Waffen-SS, un cuerpo de combate de élite de la entera confianza de Hitler, Marianne se hizo con un arma de procedencia italiana y fue entrenando poco a poco. Ató su alma al arma y el arma le juró lealtad.
Asistió a las dos primeras audiencias y se dedicó a escuchar. Fría y calculadora, descubrió que los guardias no revisaban sus pertenencias. Nadie quería molestar a una madre tocada por el dolor de la muerte.
Marianne entró en la sala de audiencias cuando Grabowski ya estaba sentado en el banquillo de los acusados. Caminó rígida y sin expresión hasta ponerse detrás de él y gatilló.
Fue detenida de inmediato y entonces aseguró que accionó el arma en un estado de trance, pero todos los testigos notaron un dominio a la hora de accionar el arma que la hizo ver como culpable de un crimen, pero el caso tomó tanta repercusión en Alemania que al final fue condenada a seis años de prisión, de los cuales solo pagó 3.
Al salir de la cárcel, Marianne emigró a Nigeria y se casó con un profesor alemán. En 1990 se divorció y se radicó en Sicilia para finalmente regresar a Lübeck.
En su única entrevista, concedida un año después de su regreso, la mujer aseguró que lo asesinó por venganza, pero especialmente, para callar su voz cuando decía que su hija de siete años lo había provocado. La mujer falleció por un cáncer en 1996 y su cuerpo fue sepultado junto al de su hija.