Era un enero como cualquier otro en 1974. En los radios de Estados Unidos se escuchaba el innovador jazz de Al Wilson, quien interpretaba el inmortal clásico 'Show and Tell' bajo la compañía sonora de su propia banda.
Pero mientras la gente disfrutaba de una melodía suave, diseñada para el baile a fuego lento entre una pareja enamorada, en una habitación universitaria la joven Joni Lenz fue golpeada brutalmente con una palanca metálica y posteriormente abusada sexualmente con la pata de una cama.
Atroz. intempestivo, el ataque fue ejecutado contra la humanidad de una joven de tan solo 18 años que vivía sus primeras jornadas en el lugar dentro del cual esperaba vivir sus experiencias juveniles de aprendizaje, pero las manos que ocasionaron cada golpe, arrancaron la pata de la cama y provocaron la muerte de la joven Joni, fueron desconocidas por muchos años.
Un par de años antes, la Policía de Seattle condecoró en una plaza pública a un joven destacado como 'ejemplo para la comunidad' por sus aportes a la ciudad.
Hijo biológico de un veterano de la fuerza aérea a quien nunca conoció, Ted Bundy era reconocido como un estudiante aplicado y activista por las labores comunitarias. Lucía como un buen tipo. De esos de los que nadie esperaría un horror como los que llegarían mucho tiempo después.
Pasó poco tiempo entre la muerte de Joni Lenz y la desaparición de Lynda Ann Healy, una joven de 21 años que una noche estaba y a la siguiente ya no en su habitación de descanso en la Universidad de Washington.
Nadie notó que no estaba, solo hasta un par de días después, cuando su no presencia en el campus comenzó a inquietar y sembrar el pánico. Lo curioso fue que el rumor de un lunático se esparció como la mancha negra del pecado en la inocencia, pero las autoridades no consideraron que hubiera relación entre ambos sucesos.
Entonces llegó el miedo a Washington
El temor se propagó como una pandemia por las universidades y las viviendas. Una por una, madres y estudiantes desaparecían de la faz de la tierra. Nadie veía nada, nadie sabía nada. Un lobo depredador que no dejaba rastro pasaba por las calles y dejaba una mesa vacía en el hogar, un hijo sin madre y a un esposo sin compañera.
Al menos en ocho casos -todas desaparecían de noche- sucedió así. El único indicio era el de un joven descrito como de tez blanca, mediana estatura y rostro amigable, que se acercaba a cada una de las mujeres que posteriormente desaparecía.
También se decía del chico que cargaba libros y leía un ensayo. A veces llevaba un brazo enyesado o en cabestrillo, o a veces simplemente tenía problemas para arrancar su vehículo.
Cuando decidió salir de día, desaparecieron universitarias cada mes. Una a una, en contextos diversos y sin una imagen clara. Para la policía era particularmente difícil detectarle, puesto que mudaba su aspecto físico y era irreconocible de un crimen a otro.
Luego se mudó a Utah, otro estado norteamericano, donde se matriculó como estudiante. Y la pandemia se desató en la universidad estatal luego de que no se supiera nunca nada al respecto de Nancy Wilcox, cuyo paradero del cuerpo no dejó de ser nunca un misterio para las autoridades: jamás fue hallada.
Para octubre, luego de desapariciones, asesinatos, abusos sexuales y un sinfín de preguntas, las autoridades lograron definir un modus operandi.
El Volkswagen
Fue en noviembre de 1974 cuando hubo un gran error en su forma de actuar. Según los archivos de criminalística, Bundy se acercó a Carol DaRonch, una mujer destacada por su juvenil atractivo que logró huir de las garras de quien pretendía ser su secuestrador, luego de que este se presentara ante ella como un supuesto oficial de policía.
DaRonch subió al auto de Bundy bajo la falsa creencia de que iban a la comisaría para presentar un informe. Después de detener abruptamente el coche, Bundy sacó una pistola y le esposó una muñeca, pero ella logró escaparse y correr hasta una comisaría, donde entregó el relato del joven con todos los detalles.
Todo encajaba. Pero lejos de teminar, los crímenes aumentaron y se propagaron por todo el país. Uth, Colorado, Washington y un caso en Miami que le fue adjudicado.
Solamente hasta agosto de 1975, luego de que tuviera más de 30 víctimas en su haber, Bundy fue capturado en su vehículo Wolkswagen, que fue detenido por un oficial que no tardó en encontrar el arma, un juego de esposas, una palanca de metal y cinta, entre otros objetos.
Juicio y escape: entrada y salida.
Estuvo en prisión y al año siguiente inició el juicio. En simultáneo, le realizaron pruebas psicológicas y toxicológicas concluyendo que no era psicótico, ni drogadicto, ni alcohólico, ni tampoco sufría algún tipo de daño cerebral.
Hasta el sol de hoy, se adjudican sus crímenes a problemas de infancia, pues nunca conoció a su padre y las figuras del hogar fueron encarnadas por sus abuelos. También creía que su hermana mayor era su madre, lo que generó una variación en su conducta, la cual agravó con los años.
También vivió con su madre, pero el joven nunca logró entablar un lazo afectivo con quien sería su padrastro. Se cree que el que su madre reemplazara la memoria de su padre generó en él un deseo de furia.
Volviendo al juicio, el caso fue extenso y, ciertamente, desgastante. Para junio de 1977, Bundy descubrió que podía defenderse solo y eso le permitía ir a una biblioteca para prepararse. Despidió a sus abogados y saltó de la ventana del tercer piso de un repositorio.
Nadie supo de él en seis días, pero fue recapturado. Lo volvió a intentar a los pocos meses, en el mes de diciembre y esa vez sí tuvo éxito: cambió su nombre a Kenneth Misner.
Kenneth Misner
Bundy logró escapar por la puerta de entrada de un departamento de prisiones. Huyó a Florida y accedió al edificio de la fraternidad de la universidad estatal, donde Nita Neary volvió de madrugada. Notó a un hombre que escapaba con una capucha y gorra azul en la cabeza y al ingresar a la edificación encontró a su compañera de cuarto, Kathy Kleiner viva, pero abusada y malherida.
La policía llegó al lugar oscuro. Al encender las luces, también se desató el pánico.
La policía encontró el cadáver de Lisa Levy, que había sido golpeada en la cabeza y violada brutalmente. También estaba el cadáver de Margaret Bowman, estrangulada mientras dormía, con un golpe en la cabeza que le destrozó el cráneo.
No lejos de allí, Bundy atacó a Cheryl Thomas, que sobrevivió a una paliza brutal. Su cráneo fue fracturado en cinco lugares, tenía la mandíbula rota y un hombro dislocado. Sobrevivió, pero nunca más volvió a escuchar.
Siguió cometiendo asesinatos, motivados por un incontenible deseo sexual, y volvió a ser capturado a finales de 1978.
Silla eléctrica
Solamente hasta enero de 1989, 11 años después de su tercera captura, Bundy fue sometido a la silla eléctrica. Su defensa logró posponer el trágico destino por todo el tiempo, pero las familias de sus víctimas, el FBI y las propias autoridades se cansaron de esperar revelaciones concisas, por lo que nunca se terminaron de concluir varios delitos.