Sitionuevo (Magdalena) es un pueblo con leyendas enigmáticas que permanecen encriptados en la memoria de algunos ancianos que aún recuerdan de manera detallada algunos sucesos asombrosos ocurridos en su terruño, donde un buen oyente puede descubrir misteriosas tragedias llenas de pactos por resolver.
Uno de estos casos es el de un cura rebelde que fue castigado por no querer organizar una procesión durante las fiestas patronales, por lo que fue sumergido en las oscuras aguas del río Magdalena como forma de castigo por unos monjes.
Un hecho muy severo para una simple negación; pero otra historia cuenta que el padre Bernardo Anselmo ofició un funeral donde murieron sus 23 asistente, siendo el único sobreviviente y al parecer debido a que escondía muchos secretos fue desaparecido.
“El padre Anselmo estaba muy nervioso después de presenciar aquel entierro, él decía que los asistentes no murieron por un suceso paranormal, sino que fueron envenenados por el tintero del funeral por saber las ubicaciones del oro que dejó el difunto Aurelio García”, relata Esteban Ricaurte, antiguo monaguillo del padre Anselmo y actual dueño de ladrilleras a la orilla del pueblo, quien agrega que el sacerdote supo del oro y su ubicación en las últimas palabras que Aurelio García le dijo antes de morir mientras le aplicaba aceite en la frente durante el sacramento de la unción de los enfermos.
LA UNCIÓN Y EL SECRETO
Cuentan que esa noche Aurelio agonizaba en su cama y una sirvienta mulata le ponía un trapo empapado de ron compuesto en la frente. El padre Anselmo con los ojos llorosos le hacia la santa unción para los enfermos sabiendo por boca del mismo Aurelio y sus criados que había sido envenado por su joven esposa interesada y su familia.
Antes de fallecer le dijo algo al oído al padre Bernardo. “Luego de revelarle el secreto, le entrego un pergamino al padre Anselmo, estoy seguro que esas eran las ubicaciones de las guacas donde tenía escondido el oro, eso lo hizo a cambio del perdón de sus pecados y descanso de su alma. Ese pergamino sería su sentencia de muerte”, cuenta David Figueroa, un antiguo feligrés que agrega que ese oro era para la santa iglesia como una ofrenda a Dios; pero aquellos que deseaban esta riqueza atormentaron al padre hasta castigarlo aquella fatídica noche donde lo sumergieron en el río.
EL CASTIGO MORTAL
La leye n d a cuenta que en 1979 los feligreses esperaban desesperados a que el padre saliera de la iglesia para empezar la procesión que abría las fiestas patronales.“El padre me contó que no iba a estar en la procesión porque lo querían matar ya que había visto unos extraños monjes negros que rodearon la parroquia”, rememoró Esteban Ricaurte.
El padre salió a decirles a los feligreses que no iba a haber procesión hasta que se aclarara la muerte de Aurelio García, y huyó por la parte trasera del templo para buscar el oro prometido, pero la turba enfurecida lo rodeó y por orden de unos monjes negros lo agarraron y lo llevaron al rio donde lo montaron en una chalupa y luego desapareció.
“Un impostor con la sotana del padre Bernardo regresó a oficiar la misa. Los monjes le quitaron el pergamino y lo ahogaron en el rio. Su cuerpo fue enterrado en una viga de la iglesia del pueblo”, concluyó Ricaurte.