Los duendes son criaturas mitológicas fantásticas de forma humanoide pero del tamaño de un niño pequeño, que están presentes en el folclor de muchas culturas.
En la costa Atlántica se han escuchado historias ligadas a los duendes, como por ejemplo la que aterrorizó a inicio del nuevo milenio al barrio La Magdalena, en Barranquilla, al cual bautizaron como el duende rumbero, y posteriormente tuvo hasta un estadero con ese nombre.
Sin embargo, existe uno que ha tenido mayor resonancia a nivel nacional, se trata de Baltazar, el cual, según reza en la leyenda, surgió en el siglo XVIII, entre los años 1.700 y 1.800, en una casa de la calle 13 con carrera 5A, en el oriente de Bogotá.
Las historias más macabras pueden nacer de las almas más tiernas e inocentes temores. Temores como el evitar golpes y regaños por parte de una matrona de una vieja casona, llena de ira y prejuicios. Así empieza la historia de Baltazar, en una fría capital dónde las cosas no eran fáciles para las mujeres jóvenes sin apellido importante y sin educación.
Las posibilidades para una sirvienta embarazada se limitaban a ser echada a patadas de la casa de los patrones y morir de hambre en la calle, cargando con la falta a su honor. O... negar y desaparecer toda evidencia de la pequeña criatura. Bajo la amenaza, la joven y desesperada madre optó por la segunda opción.
Embarazada, avergonzada y para evitar que las demás personas la acusaran y la trataran mal, durante meses escondió su barriga en la vieja casona y cuando nació el bebé lo botó en el pozo donde se cogía el agua, porque en ese entonces no existía el acueducto para tener agua por tubería, el pozo se encontraba en el patio central.
Baltazar nació en medio de la noche helada en el cuarto que compartía su madre con las demás empleadas. Pero el llanto no paraba, no le daba a la joven madre tiempo suficiente de rendir en sus labores. Sus patrones empezaban a sospechar que algo raro ocurría. Por eso, con la luna como testigo, llevó al niño al pozo del patio, y con más miedo que compasión, lo dejó caer al fondo del pozo dónde tras varios minutos por fin dejó de escucharlo... O eso creía, porque el llanto del niño jamás cesó.
Una cruel advertencia
Cuentan que el espíritu del bebé sale de vez en cuando para asustar especialmente a las mujeres en estado de embarazo, para advertirles de la maldición que podría recaer sobre ellas si por algún motivo se les viene a la cabeza la idea de abandonar a su bebé. Y cuentan también que en el patio de la casa donde nació, están marcadas las huellas de sus pies descalzos.
Un espectro desordenado
Hasta hace pocos años en la casa funcionaba un restaurante. Según los comensales de la época, los niños siempre jugaban solos. Y según los meseros nunca podían dejar las mesas arregladas porque a la mañana siguiente las encontraban desordenadas.
Ahora dicen que a Baltazar le encanta jugar con los niños y que desarreglar la casa era una de sus travesuras más frecuentes. Dicha casa ahora se encuentra abandonada y es protagonista de diferentes documentales.