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Confesiones escalofriantes de ladrones de tumbas

Tres historias ocurridas en los cementerios de la región Caribe.

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Los cementerios parecen lugares de eterna tranquilidad donde los difuntos que reposan en estos camposantos parecen estar fuera de los deseos oscuros de la sociedad y sus acciones materialistas; pero existen personas que debido a su gran codicia por el dinero se atreven a interrumpir el descanso de los muertos abriendo sus tumbas, robando sus pertenecías, sus partes físicas y hasta llevándose sus cuerpos paras venderlos. Estas personas conocidas como ladrones de tumbas luchan contra sus nervios para camuflarse durante la noche en los cementerios, acumulando así experiencias escalofriantes que le ocurrieron cuando robaban en las bóvedas. A continuación conoceremos tres confesiones aterradoras de personas que se dedicaron a robar tumbas y los hechos que los llevaron a dejar de lado este escalofriante negocio de profanar tumbas y jamás volver a robar a los que están en el más allá.

ROBÓ LA TUMBA DE SU ABUELA

Ricardo Mendoza, cuenta que en su juventud perteneció a una pandilla que robaba tumbas en Sincelejo, la cual lo llevó a tomar la macabra decisión de robarle las joyas a su difunta abuela, la cual había sido enterrada con todas ella y reposando también en su tumba sus dientes de oro. “Fue lo más aterrador de mi vida y pido perdón por ello. A la una de la madrugada junto a un amigo esperé que el vigilante del cementerio se durmiera y cavamos la tumba de mi abuela que apenas llevaba un mes de muerta; cuando abrimos el cajón vi que estaba intacta, como si durmiera”, contó Mendoza, quien agregó que sacó una pinza para retirarle la dentadura, pero algo escabroso sucedería. “Le saque los anillos, la cadena, pero cuando le abrí la boca me mordió la mano y me abrió los ojos. Salimos espantados y le pedí perdón por no dejarla descansar en paz”.

CARGANDO EL CUERPO DE UNA MONJA

“Podré robar cualquier cosa, pero nunca volveré a robar un cuerpo”, afirma Luis Ángel Aguirre quien desde los patios de la cárcel Modelo cuenta de la aterradora vivencia que sufrió como ayudante de un ladrón de cuerpos cuando robaban el cuerpo de una monja en el cementerio de un pueblo del Magdalena, la cual era solicitada por encargo de unos médicos porque sabían que la religiosa tendría todas sus partes completas. Aguirre cuenta que esa noche llovía, por lo que era la ocasión perfecta para hacer la diligencia. “Con lluvia y trueno cavamos hasta llegar al cajón, al abrirlo estaba con su hábito. Enseguida me dijo que la llevara cargada mientras él encendía la camioneta, pero cuando iba a hacerlo me habló al oído: ‘reza tres padre nuestros por tu alma’. Asustado la tiré, pero su escapulario se enredó en mi cuello y caímos cara a cara”.

Aguirre cuenta que por sus gritos lo atrapó el personal de vigilancia del cementerio y estuvo seis meses preso. Actualmente no sabe si lo que escucho esa noche fue efectos del miedo o de esa monja que sentenciaba su alma.

EL BEBÉ EMBRUJADO

Rodolfo Guzmán, propietario de una ferretería cuenta que su negocio empezó a decaer, encontraba gusanos por los rincones, así que buscó a una bruja que le dijo que debía robar los restos de un bebé para un ritual de fortuna, para que su negocio volviera a florecer. Así que le pagó a un vigilante de un cementerio por hacerlo. “El ritual tenía que hacerse en octubre así que entré con la bruja y sacamos el cuerpo de un recién nacido que ella escogió. A la noche siguiente mientras dormía empecé a escuchar el llanto de un bebé al lado mío”, relata Rodolfo quien decidió que el cuerpo del pequeño difunto que tenían rezando regresara a su tumba. Más tarde la bruja que le estaba realizando el trabajo murió mientras dormía en posición fetal, después se enteraría que los pequeños restos eran del hijo de un brujo que ella odiaba.