A las 7:30 de la mañana del 27 de enero de 2004, Sormary Almarales llegó a la morgue de Medicina Legal a la nada grata tarea de identificar un cadáver que podría ser el de su hija Yilivett Yenira Manjarrés, desaparecida dos días antes.
Se sorprendió al encontrar en esa hora temprana del día una cara conocida: Tomás Manuel Maldonado Cera.
El hombre parecía estar esperándola en ese lúgubre lugar, por lo general rodeado de gente con rostros adustos y demacrados; cargados de llanto y dolor por la misma razón por la que Sormary se encontraba ahí tan de mañana.
Si bien la presencia de Maldonado le pareció extraña a la atribulada mujer, más asombro le causó lo que este inmediatamente le espetó: “Yo no la maté…”
La frase llamó la atención de Sormary, ya que a esa hora no se había confirmado que la muerta era Yilivett, pues ella llegaba precisamente a eso, a identificar un cuerpo, sin la certeza de que fuera su hija.
Sormary hablaba por primera vez con Maldonado, el hombre con quien Yilivett Yenira sostenía una relación sentimental semiclandestina, que no había oficializado en casa, pero de la que ella estaba enterada por la propia joven que entonces contaba 24 años.
“Yo había visto a ese tipo de lejitos unas dos o tres veces, cuando había ido en una moto a buscarla a la casa”, recuerda ahora la mujer, 15 años después del crimen que aún permanece impune.
En estos momentos en que la Fiscalía vincula a Tomás Manuel Maldonado Cera con la muerte de Brenda Pájaro (asesinada en Miramar), y además lo relacionan con otros ocho homicidios más, entre este el de Yilivett; a Sormary le vino un detalle particular de aquella mañana funesta en Medicina Legal, en la que por primera vez se vio de frente con el sujeto.
Tomás Maldonado tenía los antebrazos con múltiples laceraciones de evidentes rasguños recientes.
Estos arañazos en la piel del hombre tampoco pasaron desapercibidos para un investigador del CTI asignado al caso, que había llegado a esa misma hora a Medicina Legal a conocer más detalles sobre la mujer hallada la víspera salvajemente asesinada en el balneario de Punta Roca.
El detective no se quedó con la duda, e inquirió a Maldonado sobre el origen de aquellas marcas.
Lo que este respondió Sormay no lo pudo escuchar, pues apabullada por la penosa misión a la que había llegado, continúo su lento andar hacia la morgue a encontrarse con la aflicción más grande que había padecido hasta entonces.
En efecto, la mujer asesinada de aquella manera tan perversa: a golpes y con marcas extrañas de arma cortopunzante (signografía satánica, según las autoridades), era Yilivett, su única hija. La tenía ahí ante sus ojos, yerta, pálida; pero igual de bella, el rictus de la muerte no había podido borrar los rasgos que la habían hecho una chica encantadora, que atraía muchas miradas.
Sormary rememora que esa mañana del aciago 26 de enero del 2004 pasó por alto aquellos detalles: el ‘madrugón’ de Tomás en Medicina Legal, más su curioso dicho: “Yo no la maté”.
“No le puse malicia al asunto porque no tenía cabeza para más nada, estaba angustiada, y debo reconocer que en ese momento no se me pasó por la mente que ese tipo podía ser el asesino de mi hija. Certeza que sí tengo ahora con toda lo que ha salido a flote, y que es tan parecido a lo que pasó con Yili”, agrega la mujer aún con el dolor intacto por la muerte de ‘mi niña’, como la llamaba.
Lo que hoy se pregunta Álvaro Hoyos Villanueva, padrastro de Yiliveth, es por qué el investigador del CTI al reparar en los arañazos que le observó al sujeto no lo ordenó las pruebas que lo relacionaran directamente con el homicidio.
“Si al investigador le pareció raro o extraño aquel detalle de los arañazos, debió disponer la práctica de una prueba de ADN. Era fácil: tomar un hisopo y hacerle una prueba de saliva a esa persona, y llevarla a laboratorio para confrontar luego con los residuos de piel que seguramente quedaron bajo las uñas de la víctima”, explicó a AL DÍA un investigador judicial que requirió reserva.
Todo indica que ese yerro inmenso del detective frente a las laceraciones en los brazos de Maldonado, hace parte de una cadena de errores de la administración de justicia, incluido todo su aparato de jueces, fiscales, investigadores y funcionarios; en relación a la actitud que adoptaron respecto a este sujeto.
Es que la presencia de Tomás Manuel Maldonado Cera fue notoria en varios casos de homicidios, y sin embargo, o no lo vinculaban, o cuando lo hacían resultaba incólume de cualquier duda alrededor de su nombre.
“Si se hubiese actuado con diligencia y rigor por lo menos no estuviéramos lamentando el crimen de Brenda Pájaro; pues ese sujeto todavía estuviera purgando una larga condena por lo de Yilivett”, agregó el investigador judicial que habló con AL DÍA.
Tampoco estuviéramos ante el asesinato de Yeison Ariza Banquez, de 17 años, hallado muerto el 18 de septiembre del 2002 en la vía a Salgar, dos años antes del de Yilivett.
Tomás Maldonado también estuvo mencionado en el expediente por este crimen. Silvia Banquez, tía del muchacho, habló con esta redacción desde Panamá, donde reside, y sostuvo que Maldonado Cera y otros dos tipos fueron vinculados al caso. Con ellos se les vio departiendo por los lados de Metrocentro. Además, Yeison le había confesado a su tía que quería irse a Panamá por las amenazas constantes de Maldonado, quien era su vecino. No obstante, Tomás salió airoso de cualquier creencia sobre su autoría.
En ese mismo 2002 se cuenta la muerte de Rolando Rufan Romero, de 31 años, también vecino de Maldonado. Ocurrió el 5 de septiembre de 2002. A Rolando lo extorsionaba, “le quitaba de a 20 a 30 mil pesos diarios”, contó a AL DÍA la hermana Ingrid Ester Romero. Tampoco fue tenido en cuenta este detalle en la investigación. En esta misma lista de similitudes está el asesinato de Aida Rocío Antolinez, de 34 años, propietaria de una panadería, en la que frecuentaba Maldonado.
Aida fue hallada muerta el 21 de septiembre de 2003, también en Punta Roca, cerca donde el año anterior habían hallado a Yilivett, igual con signos de tortura.
Con todas estas coincidencias se daba lo que los investigadores llaman ‘nexo casual’, es decir elementos que ligaban a Maldonado con esta cadena de crímenes, sin embargo faltó diligencia de todo el aparato judicial para vincularlo, condenarlo, con lo que se pudieron evitar muertes posteriores.
EL PRIMER REGISTRO
El primer prontuario contra Maldonado por delitos contra la vida se abrió hace 23 años, en 1996, por un intento de homicidio agravado contra José Luis Machado, su amigo y excompañero en una empresa de vigilancia. Lo intentó ahorcar con un alambre y le destrozó las cuerdas vocales. La víctima perdió el habla.
El Juzgado 3o. Penal del Circuito lo condenó a 12 años, dos meses y 20 dias; y sin embargo el Tribunal Superior le revocó la pena por un error procedimental en la investigación, pues no lo notificaron de algunas diligencias ya que las comunicaciones de citación fueron dirigidas a una dirección equivocada de donde este residía.
Con este argumento Maldonado regresó a la calle, al parecer a sus andadas.
Como además de asesino en serie las autoridades le atribuyen presuntas prácticas satánicas, no falta el que le achaque esta “buena suerte con la justicia”, a esas “ayudas del más allá”.
De hecho el mismo comandante del Gaula de la Policía en Barranquilla, mayor Óscar Eduardo Acosta Bahamón, declaró a AL DÍA que en la investigación por el caso Brenda Pájaro “tuvimos los ojos cubiertos por una especie de bruma que no nos permitía acercarnos a este hombre”.
El alto oficial no descarta la existencia de lo sobrenatural, pero sin embargo afirma. “Cuando nos acercamos más a Dios y le encomendamos la investigación, las cosas comenzaron a marchar y por fin pudimos llegar hasta Maldonado”.
Ahora las cosas parecen ser a otro precio, el general Mariano Botero, aseguró que hay las suficientes pruebas para condenar a Tomás Manuel Maldonado Cera.
“Esta vez ni el diablo lo salva”, se afirma en los mentideros judiciales.