“Señor, estos son los pasos más duros y difíciles que he dado en mi vida. Las palabras sobran en este momento para el dolor que siento”, exclamaba Yenny, la mamá de Daniela Espitia Flórez. Tras de sí iba el cajón, que era cargado por seis hombres; sin embargo, era ella la que soportaba el mayor peso, pues aunque en sus brazos tenía una corona de flores, en su corazón cargaba el dolor de tener que despedir prematuramente a su amada Dani.
Este miércoles, un total de 13 personas acompañaron a la joven de 21 años hasta su última morada: una bóveda en el centro del bloque DB10 del cementerio Calancala, de Barranquilla. Eran las 11:00 de la mañana y todos caminaban lo más lento que podían, porque no tenían “ningún afán” por despedir a Daniela. Les hacía falta aunque fuera un minuto más con ella, con su “niña”.
Entre alaridos de dolor y palmetadas al féretro, los padres, hermanos y tíos de Daniela cantaban buscando fuerzas. Estaban por cumplirse 48 horas desde que la joven salió de su casa asegurándole a su abuela que no tardaría en regresar, desconociendo que caminaba calle abajo, por el barrio Villa del Carmen, de Soledad, rumbo a su muerte.
A Daniela Espitia la mataron en un motel del Centro de Barranquilla, pero sus familiares no lloraban por eso. Tampoco se lamentaban de que el principal sospechoso del crimen fuese Deimmer Díaz, su expareja y padre de sus dos hijos de cinco y dos años. Los que les destrozaba el alma era, sobre todo, saber que no iban a tener más a su lado a aquella jovencita alegre, “loquita”, cariñosa y valiente con ellos.
Pero eso no los iba a detener. Más bien, pedían a Dios fuerzas para seguir viviendo. “Quédate tranquila que a tus hijos no le van a faltar nada, aquí está tu familia que seguirá luchando por ti, esto no nos va a destruir. Te amamos, Dani”, decían mientras empujaban el cajón dentro de la bóveda. Lloraban. Les dolía, pero no tenían prisa por irse de su lado.
A las afueras del cementerio les esperaban al menos 30 familiares más que habían llegado en un bus contratado para movilizarlos desde Soledad hasta la funeraria Los Andes en Barranquilla y luego al Calancala. También lloraban, pero en el intermedio comentaban sobre el crimen.
“Está irreconocible. Él la golpeó hasta matarla”, decían algunos. “La niña ha estado preguntando por ella”, lamentaban otros. “Esto es muy duro”, concluían cada vez. Para todos, la única esperanza es que la Justicia llegue más pronto que tarde.