Renato Arquímedes Rivero Miranda hace parte del doloroso listado de los 25 venezolanos que emigraron de su país buscando un mejor futuro y en 2018 encontraron la muerte de forma violenta en la región Caribe. En su historia se hallan lugares comunes con los más de 200.000 nativos del vecino país que han arribado buscando un cambio de panorama.
Renato, de 28 años, viajó 1.016 kilómetros desde Valencia en el estado de Carabobo hasta Barranquilla, en 2016. Llegó solo y dejó atrás a su esposa Lucía y a sus tres pequeños hijos. En su país natal era jockey, montaba caballos en el Hipódromo Nacional de Valencia, un estadio con capacidad para 18.000 espectadores y que ahora se encuentra deteriorado, pero continúa siendo el recinto para los fanáticos del hipismo una vez a la semana.
En este país al que emigró cambió a su fiel ‘purasangre’ por la montura de acero y metal de una deteriorada motocicleta. Se dedicó al mototaxismo como medio de sustento.
En 2017, su mujer, Lucía García, también emprendió rumbo al departamento del Atlántico. En ese momento decidieron vivir en una casa en el barrio Villa Lozano, de Soledad. La vivienda está ubicada en la transversal 17A con diagonal 50A. Entre un arroyo que no da acceso al paso de vehículos, se debe saltar entre las piedras para luego subir un desnivel que lleva a una angosta vía destapada que a sus lados guarda bolsas de plástico usadas y restos de elementos de construcción. Soñaban con viajar a Perú, donde buscaban una mejor vida, y con Renato montado una vez más en un caballo.
En un cuarto de una casa blanca de rejas negras, en la que vivían junto a otras 14 personas, estuvieron durante un año, hasta el mediodía del 19 de mayo cuando Renato le dijo a Lucía que iba para la esquina a comer los mangos de un árbol que quedaba pasando el arroyo. Allí departía en sus tiempos libres con vecinos que aprovechaban una superficie plana en la bajada que es la diagonal 50 para hacerle mantenimiento a sus motocicletas.Sentado en una silla de plástico gris y con sus manos sucias de mango lo encontró la muerte, pues un pistolero llegó, y antes de escapar le dio dos tiros en la cabeza.
“Yo estaba en la casa cuando me fueron a avisar que dos hombres en moto llegaron y le pegaron dos tiros en la cabeza”, relató Lucía a AL DÍA, un día después del homicidio de Renato.
Sin embargo, hasta la fecha, las autoridades desconocen los móviles por los que segaron la vida del jinete.
Un hombre que conoció a Lucía cuenta hoy que luego de que mataran a Renato, ella no encontró forma de sustentarse y volvió a Venezuela, a reencontrarse con su familia.
Caso Atlántico
Datos estadísticos de la Policía Nacional evidencian que el Atlántico guarda el registro de 10 casos de asesinatos de ciudadanos venezolanos, entre el primero de enero y el 31 de mayo de este año. El Departamento tiene el deshonroso primer lugar frente a los otros de la Región Caribe.
En Barranquilla ocurrieron 4 hechos de sangre, seguidos de Soledad con 3, y Galapa, Baranoa y Malambo, con un hecho cada uno.
Entre las víctimas están Carlos Moreno Eyes, baleado en La Chinita; un bicitaxista de 15 años asesinado en Rebolo; Álvaro Ruiz Ruiz, muerto a cuchillo en un atraco, y Lissete Josefina Chirinos Martínez, una mesera apuñalada con un pico de botella por una propina.
También se encuentra un niño de dos años que perdió la vida tras recibir una bala perdida en la cabeza. La familia, de escasos recursos, consiguió a través de la Alcaldía de Soledad el apoyo para un ataúd y poder enterrar el cuerpo del pequeño.
De acuerdo con los registros de la Policía, al listado de muertes le sigue el departamento de La Guajira con 9 casos de homicidio, Cesar con 6, Magdalena con 2, y Sucre y Bolívar con uno.
Violencia sexual
Otros casos que empeoran las condiciones de los inmigrantes es el miedo que tienen a ser deportados. Una joven que aseguró ser víctima de un presunto violador en serie conocido como el ‘Boca e perro’, que fue linchado en Soledad, no se atrevía a presentar el denuncio pues tenía miedo a que las autoridades se dieran cuenta que estaba en el país de manera ilegal.
Sin embargo, otros nativos venezolanos sí han optado por denunciar y, en ese sentido, la Policía registra que en la Región Caribe se han denunciado 18 casos de violencia sexual.
En ese contexto, La Guajira es la zona del país donde más han denunciado casos de violaciones en 2018. Riohacha, con 6 casos, y Maicao con 3, son los lugares donde se han interpuesto las denuncias.
Todas las víctimas fueron mujeres entre los 14 y 47 años de edad.
El otro lado del espectro
Por otra parte, desde el año anterior venezolanos se han visto involucrados en hechos delictivos desde la perspectiva del victimario.
El caso más reciente fue el de un joven de 17 años y Jeremy Enrique Bracho Ferrer, quienes son señalados como los responsables del homicidio de una tendera, ocurrido el pasado 3 de abril en el barrio La Paz y fueron detenidos en su natal Venezuela, a donde huyeron tras degollar y robar a Lourdes Paba Molina, de 61 años.
En septiembre del año anterior también ocurrió el asesinato del cuidador de carros Devinson Samir Mendoza Villarreal, acuchillado a manos del ciudadano venezolano llamado Leandro Andrés Paz Rubio, en medio de una disputa por el ‘puesto de trabajo’, es decir la zona de parqueo de una panadería y una carnicería de permanente tráfico de clientes del barrio Las Delicias.
Paz Rubio fue capturado por las autoridades policiales el mismo día de los hechos, y en su paso por las salas de audiencias del Centro de Servicios Judiciales, la Fiscalía expuso ante un juez que el indiciado había actuado en venganza porque la víctima no lo dejó trabajar en el mismo lugar en que éste lo hacía.
El fiscal general, Néstor Humberto Martínez, había manifestado en febrero pasado que había una alerta en el país por el aumento de venezolanos en la delincuencia.
Perspectiva de un sociólogo
Según el sociólogo y abogado Jorge Bolívar la participación como víctimas y victimarios por parte de venezolanos tiene que ver con el contexto al que entran, pues muchos de ellos llegan a los barrios más pobres de las ciudades.
“Llegan con una economía de guerra, es decir, hacen lo que sea por lo que sea. Vienen sin esperanzas y empujados por el miedo”, explicó el investigador de la Universidad Simón Bolívar que actualmente adelanta un trabajo precisamente de esta problemática.
“Sobre ellos caen todas las calamidades: el hambre, la desnutrición, las enfermedades y como si fuera poco, la xenofobia entre los más pobres. Este miedo es obligado por la lucha de la escasez en el trabajo. Aquí también escasea, y es un conflicto sobre las pocas cosas entre los más pobres de la población”, agregó.
Desde esta perspectiva, según el sociólogo, apoderados por la necesidad se ven inmiscuidos en actividades delictivas. “Notamos una sociedad enferma que no tiene nada, el alma desesperada busca lo que sea, la droga, la delincuencia, lo importante es que tengan algo que llevar en la noche a la casa. No es una excusa, pero si es un elemento”, complementó Bolívar.
El doctor en Ciencias Políticas ofreció posibles medidas para mejorar la situación en el país de los inmigrantes. En primera instancia, comentó que“debe haber una política de trabajo para apoyarlos, no solo económicamente, sino psicológicamente”. Segundo, afirma que las “personerías municipales y la Procuraduría General de la Nación tienen la obligación de defender los derechos de todos los residentes en Colombia” y por tanto deben mejorar sus vías de comunicación y acción frente a hechos delictivos en contra de ellos.
Por última, Bolívar propuso que se debe “mejorar la vigilancia para que no sean explotados”, finalizó.
Jockey
La vida de un jinete en Venezuela
En Venezuela, la afición por el hipismo es una tradición que data desde principios del siglo pasado. Según Carlos Giardinella, experimentado periodista de la fuente y entrenador de caballos, manifiesta que“existe un gran seguimiento de esta disciplina, especialmente desde las casas de apuestas de ese país”. Cuenta que para un jinete como era Renato Rivero, los ingresos son muy bajos pues solo los 10 mejores son capaces de subsistir de la competencia. “Un jinete como él depende de los caballos que trabaje en la mañana”, comentó. Cada mañana, entrenadores llevan sus caballos a la pista para entrenarlos. Por cada uno de estos galopes se le pagan 100.000 bolívares al jockey, es decir, 250 pesos colombianos. Eso no representaba ni la mitad de lo que podía cobrar por una carrera de moto en Soledad.