El cuerpo de Benilda María Guerrero Barriosnuevos está cubierto de tantas cicatrices, que parece forrado por una colcha de retazos elaborada con su propia piel. Las piernas, los brazos, el abdomen, e incluso el rostro, dejan ver múltiples costuras quirúrgicas que representan para ella su grado con honores en las corralejas de Córdoba, Sucre y Bolívar, donde desde hace 30 años se gana y se juega la vida como banderillera.
Su show consiste en enfrentarse inerme contra un toro adulto de hasta 600 kilos, y tratar de incrustarle en el lomo un par de banderillas de puntas filosas, decoradas con papeles multicolores.
Lo de Benilda es particularmente riesgoso, pues lo hace con una figura que en la tauromaquia formal llaman ‘a porta gayola’: el torero espera arrodillado al astado en el momento en que este salta embravecido del corral a la plaza, y le hace un giro con la capa. Ella recrea algo similar, aguarda la salida del toro sentada en la arena, armada con las dos banderillas que aspira fijarle. Va pertrechada en su propio coraje, orándole a Dios para que no le ocurra nada.
En esas estaba el pasado 23 de abril cuando de nuevo y por enésima vez resultó alcanzada por el animal. Fue en Cotorra, un municipio de la subregión del Bajo Sinú en Córdoba que tiene fama de hacer las mejores fiestas de toros de la región, tanto así que la llaman ‘la mamá de las corralejas’.
El semoviente de esa tarde, de la ganadería La Sonrisa de Carlos Cogollo Burgos; salió resoplando y hábilmente esquivó la dolorosa bienvenida que le tenía preparada la mujer; al tiempo que arremetía contra ella introduciéndole el pitón por la espalda hasta llegarle casi al cuello. Tras la embestida la zarandeó varias veces en el aire como si no existiera ley de gravedad.
La escena tenía de fondo los ‘palcos engalanados’, ambientados por un ritmo de fandango que brotaba de una banda pelayera incapaz de parar la música, no obstante el drama que se veía en la arena.
El público a su vez gritaba enardecido el nombre de Benilda, como tratando de arrancarla de los cuernos del toro. Fueron varios segundos hasta que cayó descoyuntada, de bruces. Muchos la dieron por muerta cuando el suelo comenzó a teñirse de rojo.
Luego lo de siempre, los espontáneos que corren a socorrer al herido. En este caso el primero en recogerla fue ‘El Bola’, un experimentado capotero que la llevó al exterior de la corraleja para los primeros auxilios. Benilda sangraba a chorros, la bestia estuvo a pocos centímetros de rebanarle la garganta.
La trasladaron inicialmente al Hospital San Diego de Cereté, pero de allí fue remitida al Hospital San Jerónimo de Montería, de mayor capacidad en atención.
LA PIEL DE BENILDA
Aquí las cosas se complicaron y fueron todo un desafío para los médicos, pues era casi imposible aplicarles los antibióticos vía intravenosa. Las cicatrices de Benilda por las tantas cornadas sufridas, le han formado una capa gruesa de piel, convirtiéndola en una tez callosa que impide el flujo normal de los medicamentos y dificulta la aplicación de una inyección o un suero. Se vivieron momentos angustiosos ante esta calamidad.
Superada la emergencia los médicos le tomaron 300 puntos de sutura, lograron estabilizarla y ajustarles algunos huesos desencajados tras la caída aparatosa de los cuernos del animal. Ahora Benilda convalece en la habitación 69 A del piso 3 del Hospital San Jerónimo de Montería, con visitas restringidas pues temen una infección en las heridas recién cocidas. También le prohibieron hablar mucho, y solo la acompaña la menor de sus tres hijas, Cindy Suárez Guerrero, de 28 años.
“Mi mamá nació en Achí (Bolívar), pero se crió en Montería en el barrio El Dorado, ahora vive sola en una zona de invasión en Planeta Rica (Córdoba). Tiene 67 años”, le cuenta Cindy a AL DÍA.
La vida dentro y fuera de las corralejas no ha sido fácil para Benilda María, en las corridas de Planeta Rica, en 2016, perdió el ojo derecho de una cornada, lo que no la amilanó para seguir en la actividad. “El cuerno le entró por el pómulo y le sacó el ojo”, explica la hija.
En una corraleja en Ciénaga de Oro conoció al amor de su vida, Eduardo Suárez, banderillero como ella y llamado en este mundillo como ‘el Indio Zamarro’. También en una corraleja lo perdió, durante las fiestas del 2007 en Puerto Escondido. Y no pudo ser de otra forma: en las astas de un toro.
“Con la muerte de mi papá, mi mamá se quedó sola criándome, nunca me faltó nada porque ella siempre se las ingenia para trabajar y traer el pan a la casa”, agrega Cindy, quien recuerda que para ganarse unos pesos de más, una vez Benilda aceptó el reto de ‘embanderillar’ al ‘Siete cajas’, un toro que tenía fama de matar banderilleros, garrocheros y caballos.
El nombre de ‘Siete Cajas’ es siniestro, provenía precisamente del número de muertos que el animal se había echado encima, por lo que era leyenda en las fiestas de corralejas.
“Mi mamá se le midió, le puso las banderillas y el toro ni la rozó”, añade orgullosa Cindy.
Cuando termina la temporada de corralejas, justo después de Semana Santa, Benilda se dedica a la venta de frutas o cualquier otro oficio que le salga. “Siempre independiente, porque no le gusta que la manden”, dice la hija.
Cindy Suárez Guerrero afirma que su mamá quiere retirarse de los trajines riesgosos de los redondeles, pero no tiene otra forma de ganarse la vida. Una temporada (seis días) le puede asegurar $300 mil por parte de la junta organizadora de las fiestas, más lo que recoja entre el público. De ahí tiene que pagar transporte, estadía, alimentación y llevar algo a casa.
“Estoy segura de que cuando salga de esta vuelve a lo mismo, a los toros, porque ella se siente con las manos vacías, pues tanto peligro no le ha dejado nada, solo heridas”, dice Cindy.
En el 2016 un grupo de ganaderos le organizó un supuesto retiro, le prometieron un dinero, pero no le cumplieron y le tocó seguir en las corralejas, exponiendo su pellejo forrado de cicatrices.