Historias

Los habitantes de esta zona rural de Soledad sufren todos los días por la falta de agua potable

En 2014 inauguraron un acueducto que solo les duró 15 días.

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Son dos caminos los que tiene el cabiquero Octavio Marchena para acceder al río Magdalena: coger la trocha para traer agua a 300 metros, o elegir la vía principal y recorrer los 700 metros que es la distancia que hay desde su casa al río. Como él son más de 320 personas que salen a ‘arrear agua’ ante la falta del preciado líquido en sus viviendas.

Cabiquero se le llama al nativo de Cabica, un pedazo de tierra que en época de lluvias es más fácil que parezca una isla, y que en el mapa administrativo se identifica como zona rural del municipio de Soledad.

Octavio, campesino desde que tiene memoria, no duda en caminar por el sendero más corto. El viacrucis comienza desde que le atraviesa un pedazo de madera a dos canecas, para luego, bajo la inclemencia del sol, transitar diez minutos por una trocha.


Octavio Marchena, campesino residente en Cabica, extrae agua del brazo del río Magdalena, no apta para el consumo. | Foto: Archivo


Pero no siempre fue así.En septiembre de 2014, en el gobierno del alcalde Franco Castellanos, y después de tanto esperar, les llegó lo que se creía el fin de sus problemas: cinco tanques, una motobomba, una planta électrica y una tubería abastecerían a las casi 80 familias que habitan esta población.La alegría solo duró 15 días; a causa de una sobrecarga eléctrica se quemó la motobombay con ello también se esfumó el anhelo de encontrar agua potable al abrir el grifo.


Este es el acueducto construido en 2014. No funciona. | Foto: Archivo


Ante la necesidad de conseguir agua ycansados de ir a la Alcaldía a pedir ayuda para arreglar el aparato, Gladys Castro Carrillo junto a su esposo se las ingeniaron para comprar una motobomba y traer el líquido desde el río.

El dinero salió de la venta de un ternero y alcanzó para comprar en Soledad los 300 metros de manguera que necesitaba la conexión.

Sin embargo, comprar 20 mil pesos en gasolina para prender la máquina es un lujo que una familia de campesinos no pueda costear. Por eso acordaron vender a 250 pesos la caneca de agua. Eso sí, no sin antes que ellos mismos la procesaran con cloro y en apariencia no diera temor al consumir.

“Un granizo de cloro nos vale $1000”, añadió la mujer quien a su vez es vicepresidenta de la junta de acción comunal de Cabica, y con cierto orgullo comenta que la comunidad la eligió por tener la ‘lengua larga’.

Ya pasó un año desde que en su casa dejaron de vender agua, Gladys insiste que la poca rentabilidad y que las enemistades que se ganaba vendiéndola la motivaron a quedarse quieta. Su vínculo con el tema del acueducto tiene que ver además con que en su terreno se instaló la obra que caducó antes de lo esperado.


Estado de un tanque de agua en la casa de Gladys Castro. Esa es el agua que consumen. | Foto: Archivo


Junto a esta mujer que nació hace 50 años en Soledad hay todo un equipo de personas que no se cansan de visibilizar las problemáticas que los aquejan.

Uno de ellos es Eduardo Pacheco Rodríguez, presidente de la JAC, y quien pese a que no sabe leer ni escribir, su compromiso con la comunidad le ha dado grandes satisfacciones como líder social. Las consecuencias de consumir el agua del río con el mínimo proceso de purificación es una situación que les preocupa. Así como también que particulares se sigan apropiando de los terrenos contiguos al Magdalena. “Ahora hasta para traer agua del Magdalena nos toca pedir permiso”, agregan.


Manuel Padilla, secretario de la Junta de Acción Comunal de Cabica. | Foto: Archivo


EL AGUA NO ES LA ÚNICA NECESIDAD

Son en estas mismas tierras donde los niños no tienen ni un computador y la señal de celular tampoco alcanza al contestar o realizar una llamada. Es también el mismo suelo donde no tienen alcantarillado y beber agua potable parece todo un sueño.

De las 320 personas que viven en Cabica, 120 son menores de 18 años y 10 mujeres están en estado de embarazo. Algunas gestantes oscilan entre los 12 y 13 años de edad. Todo ello son datos que al dedillo se saben estos líderes.

Sus moradores no se cansan de decir que además de un puesto de salud, requieren con urgencia un parque para recrearse y un hogar infantil.“La única diversión que hay es un billar”, añadió Gladys.

La educación también está en estado crítico. La única escuela que hay y se adecuó con inversión de la empresa privada solo funciona para los grados de primaria. Los restantes, 13 en total, deben desplazarse hasta Soledad y según Gladys, algunos con las suelas listas madrugan desde las 4 a.m para caminar más de dos kilómetros y recibir las clases de bachillerato. Pero no todos han aguantado ese ritmo. Son más de 32 jóvenes que aún no culminan su bachiller y que su futuro incierto genera interrogantes en la comunidad.


Un niño de Cabica saca agua de una tubería para demostrar el estado del preciado líquido. El agua es turbia. | Foto: Archivo


Es tanta la situación de pobreza en sus calles que cuatro familias se acomodan en un mismo cambuche. La realidad no está entre matorrales ni alejada de la comunidad cabiquera. La escena es visible a un lado de la carretera principal y destapada de Cabica, junto a la casa de Gladys Castro.

Todo este listado de carencias son solo un fragmento de lo que viven a unos metros de la infraestructura que evidencia el engaño más grande que ha padecido esta población: un acueducto que se dañó a los 15 días de inaugurado y con una dudosa inversión de $340 millones.

Con la llegada de la luz eléctrica a Cabica cada vez creen más en el rumor de que en unos años solo será terreno apto para industriales. Por eso aún recuerdan las palabras de un gobernante de turno que en su momento les dijo que no les podían hacer ‘grandes inversiones’ porque estaban en zona de alto riesgo: “Siempre nos dicen que estamos en zona de alto riesgo. Y si es así, ¿por qué quieren traer industrias?", cuestionó Eduardo.

Estos terrenos que en otros años eran ricos en legumbres, hortalizas y pescados cada vez están más desérticos y la ciudadaníapide a gritos la atención de las autoridades.

“Si queremos comernos un pescado nos toca ir a comprarlo en Soledad. Y el problema con los cultivos es que cada vez hay menos campesinos porque de remate no tenemos las herramientas para trabajar”, expresó Gladys.

Ahora hasta cocinar en leña les da miedo; una actividad que mantenían por tradición y evidente necesidad, pero que hoy en día la hacen con precaución desde que un médico les dijo que les podía dar cáncer en los pulmones; con resignación comentan que“entonces en Cabica morirán de tanto inhalar hollín”.

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