La nueva vida del policía que rehabilitó a más de dos mil pandilleros
Zoilo Asprilla no solo realiza trabajo social con pandilleros y barristas, sino también con organizaciones comunitarias en diferentes sectores de Barranquilla.
El único policía que caminó tranquilamente, uniformado, solo y desarmado, por las calles de los barrios más peligrosos de Barranquilla es el sargento Zoilo Asprilla, recientemente pensionado de la Institución policial tras 26 años de servicio.
Para este hombre de 50 años, nacido en Ríosucio (Chocó), la mayor satisfacción es haber sacado del mundo de las pandillas a 2.850 jóvenes mediante un trabajo de resocialización que lideró desde 1997.
SU PASO POR EL FÚTBOL
Asprilla recibió en su casa del barrio Las Gaviotas a AL DÍA, y habló sobre cómo se inició en el trabajo con los pandilleros, sus anécdotas, anhelos, logros y proyectos con esta población vulnerable. Quizo ser futbolista profesional. Hizo sus pininos en la selección de fútbol de Chocó. De su tierra natal se marchó a Cali en busca de mejores oportunidades. De allá se vino para Barranquilla, en 1985, y jugó varios meses en el Sporting, de donde salió a formar parte de un equipo de Magangué. Jugaba en la posición de arquero. De ese plantel pasó al Real Cartagena y posteriormente militó en el Cúcuta Deportivo, a finales de 1986. En esa época tenía 22 años.
“En un partido de Cúcuta contra Santa Fe, en Bogotá, fui expulsado tras cometer un penal. Se formó una tángana fenomenal y me sancionaron con cuatro años de suspensión y 12 millones de pesos de multa. Eso significó el fin de mi carrera futbolística”, recordó Zoilo.
EL TRABAJO SOCIAL
Asprilla tenía un compadre en Barranquilla que era policía. “Necesitaba trabajar. Mi compadre me dijo que entrara a la Policía, le hice caso y en 1990 ingresé a la institución. Obtuve el grado en 1991. Fueron 26 años de trabajo, de los cuales todos fueron dedicados a la rehabilitación de jóvenes en condición de conflicto”, explicó el suboficial retirado.
Su primera misión en la Policía fue trabajar como instructor de deportes en la Escuela Antonio Nariño. Al mismo tiempo cursó estudios de licenciatura en educación física en la Universidad de Pamplona, sede Barranquilla, aseguró.
Durante sus 26 años en la Policía, Zoilo Asprilla fue un agente preventivo, no represivo.
Recuerda que en 1997 el cura Bernardo Hoyos realizaba un trabajo de educación con los jóvenes pandilleros de La Chinita y La Luz.
“En esa época yo instruía a los auxiliares de Policía en un lote cercano a esos barrios. Me llamó la atención ese trabajo de Hoyos. Aproveché la oportunidad y me vinculé a esa actividad. En esos dos barrios no entraban policías. Rompí con ese esquema. Me acerqué a los niños de esos dos sectores para realizar trabajos de prevención a fin de relacionarme con los adultos y a los que ya estaban delinquiendo. Creé una escuelita comunitaria con 120 niños, funcionaba en una casa cuyo alquiler pagaba de su propio bolsillo el comandante de la Policía Atlántico en ese entonces, general Héctor Darío Castro Cabrera. La comunidad se fue vinculando y con el apoyo de la gente compramos una casa”, evocó Asprilla.
En La Luz hizo contacto con unos jóvenes apodados los ‘Cara’e Bruja’, una pandilla bastante peligrosa.
“Comencé a trabajarlos, a resocializarlos, y ellos decidieron entregarme sus armas: cuchillos, navajas, escopetas y revólveres hechizos. Logré sacar de ese submundo a 24 pandillas, que entregaron voluntariamente sus armas y se capacitaron en el Sena. Alcancé a rehabilitar a unos 2.850 jóvenes que estaban en el mundo de las pandillas. Cambiaron sus vidas gracias al trabajo que realizamos. Saqué a muchos muchachos de las pandillas de los ‘Grasas’ y los ‘Caliches’. Sin embargo, algunos siguieron en el camino del delito y conformaron la banda ‘los 40 Negritos’. Otros fueron asesinados.
Eso me hacía sentir impotente. Pero seguí adelante. Los que continuaron delinquiendo me decían que lo hacían por falta de oportunidades laborales y de educación. Iban a buscar empleo y nadie los contrataba por sus hojas de vida manchadas. El microtráfico los absorbió. Les ofrecían dinero, armas y motos para que delinquieran”, dijo el expolicía.
UN TIRO EN LA BOCA
Como anécdota Asprilla recuerda aquel 13 de agosto de 2009 cuando casualmente pasaba en su carro por la carrera 8 con calle 51B, barrio El Santuario.
Vio que tres jóvenes cometían un hurto.Detuvo el vehículo, y de repente escuchó que uno de los ladrones gritó su nombre y seguidamente le dispararon. El proyectil se le alojó en la boca y milagrosamente no le causó daño. “Era muy querido en ese barrio. Hablé con el ‘pelao’ que me disparó, le dije que lo perdonaba por lo que me había hecho, pero no quiso resocializarse. Después me enteré de que lo habían asesinado atracando un camión en El Serrucho. El escolta del vehículo lo mató. A él le decían el ‘Negro’, y tenía en ese entonces 18 años”, precisó Zoilo.
Como ser humano asegura que sentía miedo cuando entraba en esos barrios para trabajar con los pandilleros, pero se encomendaba a Dios. Su esposa a veces lloraba. Cuando iba a los barrios críticos no llevaba su arma para inspirarles más confianza a los muchachos.
Siempre buscó el diálogo para la solución de los problemas, dijo.
En la Escuela les inculcaba a los jóvenes policías que buscaran ser siempre preventivos y no represivos. “Mi idea, para evitar el surgimiento de pandillas, es crear una política pública sostenible. Me he capacitado para hacer esta clase de trabajo. Tengo una especialización en pedagogía y otra en educación física, como una estrategia para llegarles a los jóvenes mediante el deporte. He realizado diplomados de educación en familia y resolución de conflictos”, resaltó.
Zoilo Asprilla fue un policía preventivo, no represivo.Los pandilleros le entregaban sus armas, cinco jóvenes con órdenes de capturas lo buscaron una vez para entregarse ante él.
Recuerda el caso de Renzo, un pelao que tenía tres homicidios. “Él se entregó ante mí. Tenía las órdenes de capturas vigentes. Lo acompañé en las audiencias. El juez y la Fiscalía comprobaron que estaba en un proceso de resocialización conmigo y eso le sirvió para obtener una rebaja de pena. Esos muchachos me veían como un padre, no como un policía”, recalcó.
El alcalde Alex Char lo llamó la semana pasada para que siguiera desde la Alcaldía con su labor social, pero él le puso tres condiciones: “Primero: que no iba a cambiar la felicidad por plata. Segundo: si le cumplían a los pelaos me estaban cumpliendo a mí. Tercero: le expuse un plan de trabajo con los jóvenes, en materia de capacitaciones, estudios y la creación de unidades productivas sostenibles que les permita a los muchachos obtener ingresos económicos dignos para ellos y sus familias”. Su sueño es que ningún niño colombiano tome el camino de las pandillas.