Historias

Ella era Gabriela Romero: la víctima de la Bestia del Matadero

La estudiante del Sena fue engañada con una promesa de empleo.

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“Maldito sea el hombre que confía en otro hombre, y a los que traicionaron, recuer­da sus caras y sus nombres”, dice la canción Jeremías 17:5 del cantante venezolano Cansebe­ro, muerto en 2015, el artista favorito de Gabriela Romero, la joven estudian­te del Sena que fue engañada con una promesa de empleo y que hoy es otro número en las estadísticas de feminici­dios del país.

Gabriela Andrea Romero Cabarcas na­ció el 4 de agosto de 1999, luego de estar diez meses en el vientre de su madre, fue el deseo de Harold y la primera ilusión de Luz Divina Cabarcas. “Cuando quedé embarazada yo quería un niño, pero su papá siempre supo que venía Gaby. Ella fue diezmesina y yo no sabía, los médicos me decían que estaba pasada de tiempo, pero otros me aseguraban que no era posible. Nació macrosómica, grandísi­ma, después fue que se quedó enana”, recuerda Luz Divina llorándole a una fotografía de su hija en el álbum familiar.

El 24 de noviembre, Luz Divina y Ha­rold vivieron el primer día de su “pesadi­lla”, cuando al pasar las horas, Gabrie­la no regresó a su casa en el barrio Vista Hermosa, de Soledad. “Nosotros sabía­mos que le había pasado algo porque ella no era así de irse sin avisar. Ahí empezó nuestro martirio”.

“Nuestra angustia creció con los días. Pusimos la denuncia en la Fiscalía y em­pezamos a movilizarnos porque sabíamos que a Gabriela le había pasado algo”, di­ce Luz Divina. Pasaron 21 días para que detectives del CTI hallara el cuerpo en descomposición de la estudiante en una trocha de Malambo. Un tatuaje de un ga­to en el muslo izquierdo fue la clave para la identificación del cadáver, previo a las pruebas en Medicina Legal.

“Gaby me dijo un día: mami, yo me quiero hacer un tatuaje, y yo le había da­do permiso porque tengo varios. Pero yo no sabía que con la complicidad del alca­hueta de su hermano Gianfranco y del vecino, ya ella tenía el dibujo ese en la pierna. El día que la vimos yo quede en shock y su papá le pegó un regaño”, re­memora Cabarcas.

Mientras las fotos del álbum pasan una a una, la madre de Gabriela Andrea, sen­tada en una silla en la terraza de la casa, se queda sin aire y toma agua a sorbos para mojar la garganta reseca e hidra­tarse.

“Estos días han sido los más difíciles de nuestras vidas. Hoy le pregunté a Ha­rold: ‘¿tú le tienes rabia a Levith, tú lo odias?’, y me dijo que sí, pero yo por él no puedo sentir nada porque eso es dar­le importancia. Yo digo: ‘Dios mío, ayúda­me, porque yo no puedo dejar que él gane esta pelea”.

En el piso rojo de la terraza hay man­chones de pintura negra y azul, adentro de la casa se asoman brochazos de color amarillo. En el suelo quedaron las mar­cas del talento de Gabriela, el de dibujar y hacer carteleras. “Ella pintaba hermo­so, le hacía carteleras grandísimas a sus amigas, a los novios de ellas y las ven­día. Mi hija sabía mucho de manualida­des. Quería estudiar diseño gráfico, era su sueño”.

El primer plantel educativo que pisó Gabriela fue el ‘colegio de la seño Ivy’. “De ahí salían tan bien preparados que iban directo para la primaria, pero co­mo ella estaba muy pequeña no me la quisieron recibir, sino en el Calditas, el preescolar del Francisco José de Caldas, después fue que pasó allá e hizo todo el bachillerato”.

El día que se graduó, con birrete y toga blanca, Gabriela estaba feliz, según dice Luz Divina. “Ella estaba radiante, siem­pre le fue muy bien en el colegio, aunque en los últimos años le tocó habilitar unas materias, creo que porque le dio duro la separación. Pero se veía hermosa mi hi­ja”.

Luz Divina se había ido a vivir a casa de su familia, quedándose Gabriela con su papá y su hermano, pero la relación ma­dre e hija siempre fue muy fuerte.

Sus compañeras del Sena extrañan a la “excelente estudiante y amiga” que partió. “Ella tenía muchos sueños, que­ría seguir estudiando y nos decía que se ponía triste cuando no podía venir a clases porque no tenía dinero. Le decíamos que tratara de conseguir el pasaje de venida que nosotros re­solvíamos. Era muy exigente consigo misma”, dice Bianko Rodríguez, una de sus siete mejores amigas, a las que los profesores llaman las ‘Chicas su­perpoderosas’.

La falta de dinero y ver que se acer­caba diciembre la motivó a aceptar el encuentro con Rúa Rodríguez para ha­blar de un empleo como niñera por el que, según los mensajes descubiertos al expolicía, le pagarían 800 mil pesos al mes . “Él la había invitado a discote­cas y a salir, pero como mi hija no es de ese ambiente nunca aceptó. Le cambió la estrategia y fue como ella cayó”, di­ce el padre.

“Nosotras nos íbamos a mudar jun­tas, yo tenía un dinero ahorrado pero nadie sabía. Su papá y yo siempre re­solvíamos, ella no tenía necesidad de trabajar y yo varias veces se lo dije. Ella nunca me contó nada de esto y me parece muy raro porque nosotras nos decíamos todo, creo que quería darnos una sorpresa”, agrega Luz Cabarcas.

“Dicen que todo pasa por un propó­sito, pero yo todavía me estoy pregun­tando cuál”, llora Luz Divina.

Por: Lorayne Solano Naizzir