Es muy doloroso ver a un amigo triste. Sea cual sea la circunstancia siempre queremos ver a esas personas que se meten en nuestros corazones con la alegría propia que los identifica, pero a veces algunas situaciones lo impiden.
Es el caso de Óscar Borrás, el primer tiburón que fue mascota de Junior, y que hoy atraviesa por un delicado estado de salud.
Toca el corazón de cualquiera ver a Óscar, el amigo de todos, a veces con la mirada perdida sentado en la ventana de su casa en el barrio La Floresta. Aunque a veces se anima, cuando lo saluda alguien que pasa. “¡Entonces Tiburón, cómo está la cosa!”, le dicen sus vecinos que suben y bajan por la calle 88.
“Ajá líder, aquí apoyando siempre a Junior”, contesta él, de 69 años, 33 de estos con el enorme tiburón en su espalda, el mismo que acompañó al equipo casi desde sus inicios, primero en el Romelio Martínez y luego en el estadio Metropolitano Roberto Meléndez.
Su estado de salud no es el mejor, pero luego de una estadía prolongada en la Clínica General del Norte logró regresar a casa junto a su esposa María Mancilla, quien no se le despegó ni un minuto.
“Fueron días muy duros, a veces llegaba la noche y él se quería venir para la casa. Se ponía agresivo y a la seguridad de la Clínica le tocaba controlarlo y darle calmantes para que pudiera dormir”, dice María, visiblemente cansada por las 43 noches que tuvo que pasar junto a Óscar, durmiendo a medias, pendiente de su esposo, amigo, compañero, su todo, como dice ella.
Óscar Borrás recibió la visita de AL DÍA en camisilla, bermuda y con sus dos pies vendados, debido a las amputaciones que ha sufrido: dos dedos del pie izquierdo y la mitad del pie derecho.
En las piernas son notorias las cicatrices de las arteriografías que le realizaron. Está un poco más delgado por la dieta especial a la que se ha tenido que someter por su proceso, pero con la sonrisa intacta, como él mismo cuenta.
Estos inconvenientes le derivaron del mal cuidado de la diabetes y la hipertensión que le diagnosticaron hace tres años.
NO SE CUIDÓ ADECUADAMENTE
Lastimosamente cuando le informaron que sufría de estas enfermedades, Óscar no se cuidó adecuadamente. Salía todas las mañanas a caminar por las calles del barrio y comía alimentos y bebidas que le habían prohibido estrictamente.
Esto a escondidas de su esposa, sus hijos y nietos, que hacían todo lo posible por controlarlo, pero en ocasiones se les hacía imposible.
“Me da alegría de ver gente como tú que se acuerda de uno, que siempre están pendientes de mí. Me siento un poco regular de salud, contento de poder pasar estos días difíciles con mi esposa y mis nietos, verlos crecer a ellos. Y claro, un poco abandonado por Junior, del que nunca sentí un agradecimiento por estar tantos años con ellos. Simplemente un día me dijeron que no podía entrar y luego vi que tenían al tiburón Willy, ahí vi que se olvidaron completamente de mí”, cuenta muy triste.
Tras regresar a su casa, dice que intenta distraerse viendo televisión, escuchando radio y realizando algunas tareas del hogar.
“Veo muchos deportes, obviamente a Junior. Me parece que el equipo está bien, con jugadores como Teófilo y Chará estamos volando. En radio sí solo noticias, porque la música ya la cambiaron y la moderna no me gusta mucho”.
En medio de la entrevista María llora en silencio, al ver que el ánimo de su esposo decae un poco cuando habla de Junior. La fuerte voz que se escuchaba hace unos años en toda su cuadra, hoy luce un poco apagada, agotada, pero sobre todo muy triste.
“Yo a veces decaigo, pero siempre le agradezco a Dios por darme una esposa como ella, tan luchadora e incondicional. No sé qué sería de mí si no estuviera conmigo”.
Previo a entrar a la Clínica General del Norte, Óscar estuvo recluido en la Clínica de la Costa.
Allí le diagnosticaron la necesidad de amputarle la pierna izquierda, pero su familia se opuso rotundamente. “Mi hija Mary se vino de Medellín y se puso al frente. Peleamos hasta que lo trasladaron. Allá lo han visto tres médicos y ninguno dijo nunca que había que cortarle la pierna. Le han realizado lavados quirúrgicos y lo ha trabajado con el sistema VAC, en el que le drenan todo lo sucio que quede en las heridas que tiene”.
En su casa ya no está el Tiburón con el que divertía a los aficionados de Junior e intimidaba a los rivales que llegaban a Barranquilla a enfrentar al equipo de sus amores.
Solo una camisa rojiblanca y el sentimiento que alberga en el corazón por el club que ha seguido toda su vida.
“Yo quiero mucho al equipo, a pesar de todo. Ahora solo quiero estar tranquilo en mi hogar, ver crecer a mis nietos y ya, no hay más nada”.