En una noche barranquillera de septiembre de 1992, a eso de las 11:30 p.m., me despertó el pitido penetrante de la bocina de la camioneta de Joe, Álvaro José Arroyo, mi amigo, que retumbaba en la puerta de mi residencia. Aquel era un vehículo marca Toyota, cuatro puertas y baúl trasero, color champaña.
En aquellos años, para quienes trabajábamos con él en sus producciones, se nos hizo normal que Joe apareciera a cualquier hora de la noche, o de la madrugada, para intercambiar ideas o proponer alguna línea de trabajo. A veces llamaba para anunciar su visita nocturnal; otras no.
Después de cruzar el respectivo saludo, y dos o tres comentarios jocosos acerca de las últimas “travesuras” de los compañeros de La Verdad, me ofreció una copa de lo que bebía en el momento: el reconocido brandy Hennessy. Aún recuerdo que cuando dicho elixir me pasó por la garganta sentí como si hubiese tragado lija. Aprovechamos para repasar algunos momentos divertidos de nuestros viajes con la orquesta. Nos reímos otra vez.
Ese momento de su vida, ese año, era bastante complicado para él.
La disquera Sony, con la cual Joe había firmado un contrato multimillonario en el año inmediatamente anterior, estaba inconforme con los resultados de las ventas de la producción Toque de Clase, la primera grabada y producida por Joe para ese sello discográfico.
Las cosas tampoco andaban bien con el grupo de trabajo básico de producción musical. Desde que Joe se retiró de Discos Fuentes en 1990, tuvimos una fractura muy grande al interior del grupo, que se hizo más notoria en medio de la grabación que realizamos en Miami Sound Studio, del ingeniero cartagenero Carlos Díaz Granados, en la ciudad de Miami (Florida-EE. UU.), en 1991.
Esa situación interna del grupo básico de trabajo, sumada a una permanente distracción de Joe y a otros factores externos, hizo que el álbum Toque de Clase no tuviera el éxito contundente que esperábamos todos; era inevitable compararlo con el éxito y aceptación de los cinco álbumes anteriores; sobre todo teniendo en cuenta que, la producción, contó con ciertos elementos y estrategias adicionales con el fin de facilitar su posicionamiento. Empezando porque grabamos y realizamos la producción en el extranjero; tuvimos varios artistas como invitados especiales: Gabino Pampini, Bobby Cruz, y José Fajardo, que son grandes referentes de la música latina y reconocidas estrellas, y quienes, -para todos los cálculos de la disquera y de los entendidos del tema-, deberían sumar, con su aporte artístico, al éxito y popularidad de Joe; y una gigantesca promoción de expectativa.
Las cosas no funcionaron según lo previsto: eso fue muy evidente.
De Toque de Clase alcanzó a posicionarse en el gusto del público seguidor de Joe la canción Mama; las otras canciones tuvieron un lugar bastante discreto.
Seguimos con los chistes, con el vacile; sin embargo, en el rostro de Joe se notaba esa noche una intensa preocupación. Me contó que la disquera había decidido realizar en Colombia la segunda producción prevista. Además, que el presupuesto asignado para tal fin había sido reducido de forma drástica con respecto al anterior. La disquera empezó a imponer nuevas condiciones y propuso varias ciudades como sede para el nuevo trabajo; al final Joe pudo conseguir que se realizara en Barranquilla. Para ser más exactos, pidió que la grabación se hiciera en el estudio del popular acordeonero Alberto ‘Beto’ Villa y contaríamos con la participación del reconocido ingeniero Alfonso Abril quién oficiaba allí como ingeniero jefe.
Para Joe, asumir cada año la grabación de un nuevo disco, una nueva producción musical, era un compromiso sacramental; un ineludible reto personal. Por eso estaba tan afectado con lo que sucedía; entendía que aquella situación afectaba y entorpecía su relación contractual y artística con Sony.
Entrada la madrugada, después de varios brandis, discutimos y definimos el tema de cómo sería mi participación en Fuego, como finalmente se le llamó a ese trabajo, en el cual también estuvo vinculado por recomendación especial de Gabriel Muñoz, el ‘A y R’ de la compañía disquera, el maestro cartagenero, arreglista y productor, Conrado Marrugo.
MANOS A LA OBRA
Superada la conversación inicial, entramos en materia.
Metió, en el radio de la camioneta, un casete cromado. En aquellos años ese dispositivo de audio era considerado como de alta resolución sonora. Le dio play. Sonó un tema cantado por él a capella; había sido grabado a retazos. Detrás de cada intento por dejar en claro su aporte creativo a la preproducción, dictaba señales y guías generales acerca de cómo pretendía que sonara la armonía, la base rítmica y otros detalles. La canción tenía una cadencia parecida a las viejas charangas cubanas.
A medida que repetíamos la canción, yo noté que hacía falta un coro que rematara y facilitara un buen montuno; sin embargo, no dije nada al respecto.
Después de escucharlo varias veces compartimos algunas ideas relacionadas con el arreglo y la producción definitiva. Era fácil saber que tenía una preferencia, un cariño especial por la canción.
“Trabajaremos juntos en Llanto ven llanto va y en Se paró el monstruo con el combo, como siempre. Tengo varias ideas por ahí. Ya Chelo, Obert y Pin conocen de esos temas; pero en este de hoy, en Tumanyé y en Mueve un Pie haz los arreglos tú” , me dijo.
-‘Todo está en el ‘casé’. Oye… y ten cuida’o con Mueve un pie porque el tema es bacano, me gusta; pero es una vaina rara, tiene su cuento. Sony lo recomendó porque del otro la’o es un éxito”.
- Ajá, ..okey- comenté.
Otros brandis.
- “‘Juve’, quiero que el arreglo de Fuego suene a la salsa de ahora; como la que están haciendo los salseros nuevos estos… romanticones...”
- ¡Ah!.. listo viejo Joe- , asentí y me comprometí a hacer la tarea.
Después dimos una vuelta, y luego llegamos hasta la frutera de la calle 74, entre carreras 46 y 47. Allí, según Joe, vendían un jugo de corozo ‘adulto’.
Pedimos dos de los grandes, y también picamos un par de fritos.
Al regresar a mi casa, a eso de las cuatro de la mañana, y después de dejar en claro el orden la tarea asignada, nos despedimos entre chistes; como casi siempre. Me bajé de la camioneta. Él encendió el vehículo. Apenas empezó a acelerar recordé que, dentro de todo lo que hablamos y de las vueltas que le dimos al tema, nos quedó pendiente un coro ‘firme’ en la canción: el del ‘montuno’, y antes que subiera el vidrio de su puerta alcancé a gritarle:
-¡Hey viejo Joe!.. , ..¿y el coro.. qué?...
Frenó en seco. Se quedó pensativo unos segundos. De pronto, empezó a sonar desde la camioneta un chasquido de pulgares. Y sin dejar de percutir la clave, con melodía, ritmo y swing incluidos, en voz alta, me contestó: