De muchas historias que se escuchan en municipios y corregimientos del Caribe colombiano, podemos detenernos en Suan, población situada en el sur del Atlántico. Allí sus habitantes revelan un relato enigmático y asombroso del día que lograron “matar un espanto”.
Misael De la Asunción, antiguo mecanógrafo de la Notaría de Suan, relata que esta historia fue muy real y se popularizó por todo el territorio atlanticense.
Este pensionado explica que el espanto atormentaba al pueblo y hasta la hija del alcalde estaba poseída por el espectro, al punto que los hombres de la población lo mataron, descubriendo así el triste y oscuros secretos que guardaba.
De la Asunción indica que todo empezó una noche del 7 de diciembre de 1959, cuando los suaneros se preparaban para encender las velitas. En el momento en que la procesión de la Inmaculada Concepción de María pasaba por el cementerio central, los feligreses salieron corriendo despavoridos, debido a que en el cementerio se escuchaba un quejido y se podía ver la figura de un monje con brazos peludos o carnes colgando de sus extremidades.
El miedo se apoderó del pueblo, al punto que optaron por encerrarse temprano en sus casas y prender las velitas muy temprano. Al día siguiente el padre ofreció una eucaristía para tratar de alejar el espíritu maligno; sin embargo, la hija del mandatario defendía la entidad maligna, sosteniendo que el espanto aparecía por la cantidad de personas malas que habitaban en esa localidad, por lo que el alcalde de ese tiempo decidió enviarla a un internado de monjas.
Esa noche en la que viajó la hija del alcalde, el espanto se volvió más agresivo y empezaron a escucharse en el cementerio fuertes gritos de rabia y pesar. Las personas estaban conmocionadas ya que se podía ver la criatura desde cerca, hasta que unos de los cazadores y pescadores del pueblo decidieron tener valor de disparar a quemarropa al espanto, logrando así que este quedara tendido en el suelo.
Una multitud se acercó a la escena, dándose cuenta de que el supuesto espanto era un hombre que todos conocían, se trataba de un jorobado repartidor de leche del pueblo que tenía los ojos empapados de lágrimas, y entre sus manos apretaba una carta que decía: “Ricardo nuestro amor ya no puede ser, tu estrategia tierna de disfrazarte de espanto para podernos encontrar a escondidas en el cementerio no va a funcionar más, hoy me envían al internado de monjas de la Santísima Fátima y no volveré a verte, ellos están empecinados en tomar medidas contigo y no saben que los verdaderos espantos habitan en sus corazones negros y discriminadores que hacen que se conviertan en los monstruos desagradables de todos nuestros días”.
CASOS SIMILARES EN LA COSTA
El historiador Ovar Ramos Vargas, explica que la muerte del espanto de Suan no es el único caso de fantasmas fingidos en territorio costeño. “Por nuestra tradición oral se conoce que muchas parejas de amantes utilizaban prácticas similares como pegar una veladora en el caparazón de un morrocoyo y soltarlo en el cementerio de noche haciendo creer por la oscuridad que una vela andaba sola, alejándose temerosos del camposanto y así los amantes se encontraban en completa tranquilidad”.
También se cuenta de monaguillos que se disfrazaban de espantos para asustar los sábados, para que los domingos la iglesia se llenara de fieles temerosos.
“Por último se ha hablado de brujas que han sido vistas en los patios de las fincas convertidas en extraños animales. En fin cada pueblo ha construido sus propias historias fantasmales”, concluyó Ramos Vargas.