Historias

Esto es lo que ganan los picós y las verbenas durante el Carnaval

El picó ya no es solo animador de verbenas en el sur, en sectores del norte también es invitado.

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Después de superar una eta­pa compleja como supuesta fuente generadora de vio­lencia, el picó tipo tur­bo consolida su regreso triunfal en el ambiente festivo de la ciudad. Propietarios, investigadores e interesados en estos equipos de sonido tra­dicionales en Barranquilla, subrayan en que el olvido de sus raíces profundizó el seña­lamiento de la sociedad como “alteradores del orden públi­co”.

Laín Domínguez, investi­gador del fenómeno picotero, sostiene la bandera de llevar al Ministerio de Cultura la ini­ciativa de declarar Patrimonio Cultural al picó y la verbena.“No puede haber picó sin ver­bena. Ni verbena sin picó. Van de la mano. La declaratoria nos permitiría tener argumentos”, manifiesta.

Domínguez asegura que sus investigaciones descubrieron que el picó se creó en 1930. Jai­me Pinzón, técnico radiofónico en Barranquilla, mientras re­paraba una guitarra y su plan­ta probó el sonido con un toca­disco y amplificador de tubos, y después desarmó una vitrola para crear un picó.

“Para el regreso de los turbos, lla­mados así porque tienen una tecnolo­gía distinta a la que conocíamos con los picós ‘escaparates’, nos tenemos que ubicar en el 2006, cuando se hicie­ron réplicas como El Malembe. Otros imitaron y salieron con la imagen del picó del ayer, los sistemas de hoy y una programación para el bailador, distinta al picó fraccionado”, añade.

Con tantos requisitos para realizar bailes en calles y espacios públicos el renacimiento del turbo se refugia en salones, billares, discotecas, e incluso hoteles.

Álex Alemán, propietario de El Tim­balero, recibe estos nuevos esce­narios como una supervivencia. “Este Carnaval no fue tan popular en la calle como otros años por el asunto del Código de Policía, pero hay que agradecer la seguridad. En estos momentos los toques son un poquito más privados. En dis­cotecas, por ejemplo”, reconoce.

Aunque bailes familiares como ‘Saca la Estera’, ‘El Tenderete’, ‘Lunes de Maicena’, reafirma­ron la defensa de este potencial patrimonio en el Carnaval 2018, el investigador Nicolás Contre­ras afirma que hay unas nuevas dinámicas.“El Código de Poli­cía llevó a los picó a billares y estaderos. La misma Troja es­tá apostando por ellos. También pasaron a patios, al estilo de los palenques, pero con restriccio­nes como en las verbenas.A los picoteros les falta una mejor or­ganización, como crear la Cáma­ra del Picó. Porque mueven dine­ro y una economía importante”, señala.

LA EC0NOMIA QUE MUEVEN LOS PICÓS

Con una tarifa promedio de $1.500.000 por servicio durante cada día de Carnaval, 18 picos identificados por Nicolás Con­treras pudieron generar en pro­medio $108 millones en ingresos. Además de unos 180 empleos en­tre las personas de transporte, instalación de equipos en el sitio del toque y programadores mu­sicales.

Hace un año Laín Domínguez orga­nizó en el barrio Buenos Aires, un bai­le de Carnaval que empezó a las 5 de la tarde. A esa hora vio a un par de jóvenes llegar a la taquilla y comprar 21 boletas.

“Estaban en chancletas y en la noche regresaron bien arregladas pa­ra entrar en grupo, sin parejo. Tenían entre 20 y 30 años. Bailaron y disfruta­ron como aquellas verbenas”.

‘Saca la Estera’ completó 31 años de mantenerse como una verbena de ba­rrio en La Magdalena, en la carrera 7B con calle 40. El sábado de Carnaval su organización contó 3.000 personas que pagaron por persona $10.000 y generó ingresos por unos $30 millones solo en taquilla. Fue un desborde de expectati­vas, en una muestra de lo que Italo Ga­llo, propietario de El Coreano, analiza:“Hay pocos bailes para tanto picó y pú­blico que quiere disfrutar”.

Los bailadores en­traban en su mayoría en pareja, permane­cieron de pie, y los ve­cinos sacaron algunas sillas para co­nocidos e invitados. Los que estuvieron en las afueras permanecieron de pie y tomaron cerveza.

Los impuestos que se pagan en Car­naval por un baile pueden llegar a los $7 millones para tener la aprobación del Distrito. “Algunos de estos bailes aprovechan las gestiones de algunos lí­deres comunales para organizarlos con picos de gran potencia con inversión de entre $10 y $15 millones. Los ingresos pueden ser de unos $27 millones. Es atractiva la ganancia por todo lo que mueve. Los bailes que sobreviven es porque venden y se mueven con alian­zas políticas”,afirma también Nicolás Contreras.

LA GENTE DEL NORTE Y EL PICÓ

Edwin Altamar, propietario del pi­có El Pijuan, cuenta que en clubes y sitios cerrados su sorpresa ha sido encontrar que el bailador del nor­te acepta la programación.“En un toque en el Coun­try Club me pregunté qué música programaba. Tanteamos el terreno y después con discos como el Akie, de Niko Mbarga, o la salsa el Negro y Ray, noté que también la bailan y la disfrutan”.En los años 70 y 80 los picós y las verbenas tenían su esce­nario en la vía pública cerrado por láminas de zinc u otro material que atenuaba el potente sonido. La sal­sa, los ritmos antillanos, africanos, sones del Caribe colombiano, éxitos anglo y pop, y uno que otro vallena­to, amplificaban la discografía en los bailes del suroriente, occidente y de otros sectores como Boston, Recreo, Los Andes, San Isidro y San Felipe.

Los rumberos acudían motivados por el goce del baile. El valor agre­gado para las chicas era conocer un posible pretendiente, y los hombres igual con ellas; además de bailar co­mo un experto. En las afueras el pai­saje era rumberos en grupos separa­dos. Adentro, reunidos, sentados y de pie, en mesas de bancos y maderas. Padres e hijos mayores, jóvenes solteros, animaban el fiestón.

“Disfruté los carnavales en verbe­nas con picó. Una vez estuve hasta el amanecer de un miércoles de Ce­nizas. Me gustaba la salsa. La bai­laba bien. Y en 1982 a la edad de 18 años en una verbena del barrio Si­món Bolívar, saqué a bailar una chi­ca de unos 25 años. Después de una salsa sonó un africano. Me agarró, intenté seguirle el paso, me soltó y me dijo: ‘Erda pelaíto, ve aprender y cuando sepas bailamos otra vez’”, evoca Fabio Osorio, periodista y es­critor de cuentos sobre el Carnaval.

Aquella atmósfera verbenera ofre­cía las posibilidades de un encuen­tro, pero después de los años 90 con el surgimiento de los picós fraccionados o de grandes columnas,los rumbe­ros acuden en grupos y jóvenes con parejas.“No se pierde el bailador solitario que inventa pasos, se ven más parejas ingresando, u otros que se citan como seguidores de un pi­có”,agrega Iván Osorio, docente e investigador del fenómeno picó.

Julio César Lobo, músico y pro­pietario del Gran Lobo, analiza que cuando no se da permiso a una ver­bena en un barrio del sur se le está negando a alguien que pueda rum­bear con $10.000. “Me parece discri­minatorio, pues la hija del señor del barrio Las Nieves que no tiene para celebrar el quinceañero como se lo merece, y alquila 10 mesas y un pi­có, se le desarma la alegría porque la autoridad llega con órdenes de apagar el picó. Eso es discrimina­ción”, reitera.

Las restricciones a los bailes con picó ha generado que se rompa lo que Iván Osorio denomina el “bai­le libre”. Explica el docente que el picó tiene su escenario natural y le­gítimo en la verbena.“Los que rei­vindican el derecho del pueblo a celebrar a su estilo, en contra de cualquier principio e ideología im­puesta”.

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